series, distopías, rebeldía, capitalismo y adicción

Lo ha vuelto a hacer. El capitalismo ha sabido adaptarse de nuevo, darle la vuelta a la situación y salirse con la suya. En a penas 6 años, hemos pasado de un panorama en el que una inmensa mayoría de la gente, se descargaba películas y series sin ningún problema, a otro muy distinto, en el que lo raro es no pagar alguna plataforma de streaming.
Lo ha logrado y tenemos a una mayoría acomodada pagando religiosamente su cuota mensual, para obtener su dosis de soma. Porque, no nos engañemos, aunque algunas valoren el aportar su grano de arena al mundo audiovisual y colaborar con sus creadoras, la mayoría lo hace por la comodidad de sentarse ante una pantalla y darle al play.

Vamos a analizar este fenómeno, así como el de las series “revolucionarias”, que nos hacen empatizar con revueltas y disturbios y también el de el género de las distopías.

El consumo de series de televisión ha experimentado un cambio con las nuevas plataformas, que permiten consumir todos los episodios seguidos. Esta disponibilidad inmediata ayuda a que nuestro sistema nervioso del refuerzo, que tolera mal la demora, se active y que la persona pueda ‘engancharse’ con mayor facilidad. Además, ante una maratón de series, el cerebro genera dopamina, una señal química relacionada con el placer. Ello favorece una recompensa natural que refuerza la relación con esa actividad y el cerebro envía sensaciones positivas para continuar con esa tarea.
Al ver una serie se activan las mismas áreas en el cerebro que cuando vivimos una experiencia real. Las usuarias se identifican con los personajes, se sienten atadas emocionalmente y se preocupan por los conflictos que viven.

Algunos informes sugieren que, después de un atracón de series, las personas pueden sentirse físicamente exhaustas y con un estado de ánimo emocionalmente bajo. Se podría asimilar en cierta medida a las consecuencias conductuales del consumo de algunas sustancias psicoactivas.

Según una encuesta, siete de cada diez personas del estado español son «adictas» a las series. Un 41% de la muestra afirmaba dedicarles al menos una hora y media por día, y casi un 30% más de dos horas diarias. El 66% admitía no poder evitar seguir viendo series aunque sepan que pierden horas de sueño y el 35 % que había cancelado actividades con familiares o amigos debido a la misma razón. Una alienación invisible del tiempo del ocio que se sustenta en el deseo colectivo de evadirse de una realidad amarga y pesimista.

La adicción a las series, no obstante, existe: se trata de una adicción conductual, es decir, no relacionada con ninguna sustancia, sino a actividades (como sucede con internet, los videojuegos, el trabajo, deporte, compras, etc.). El caso es que «todas las adicciones comparten las mismas cuatro características, relacionadas con una gran liberación de dopamina:

  • 1. Uso excesivo: se pierde la noción del tiempo

  • 2. Abstinencia: al fuerte deseo de ver la serie, lo acompañan «sentimientos de ira, tensión, rabia o tristeza si no se puede acceder a la plataforma donde se emite».

  • 3. Tolerancia: para saciar sus deseos, se necesita cada vez más horas de visionado o apuntarse a más plataformas.

  • 4. Repercusión negativa en la vida de la persona: además de llegar tarde a compromisos, esta pérdida de control suele generar discusiones, aislamiento social, problemas de salud, falta de concentración, modificación del estado de ánimo…

Y también está la presión social: existen series que «hay que ver» lo antes posible, para estar siempre al día, para no quedar fuera de conversaciones.

distopías y revolución social

Generamos productos basados en una realidad extrema porque la realidad cotidiana es horriblemente plana, mediocre, aburrida, triste…

Y en esta vorágine de adicción y consumo, es donde irrumpen las series “contrahegemónicas”, revolucionarias y distópicas. Series que a priori se presentan como antisistema pero que en realidad esconden una ideología reaccionaria que desanima el sindicalismo y la acción social.

Tradicionalmente, las utopías se concebían en los malos tiempos y las distopías en los buenos, Porque nos gusta imaginar lo contrario de lo que vivimos, pero nuestros tiempos son todo lo contrario de buenos. El mundo de hoy es complicado y amenazante, nos bombardean con titulares, en esa situación, la distopía funciona como sedante.

¿Qué dice de nosotras tanto feedback distópico? ¿Por qué no hay series sobre utopías?

Nos resulta más fácil imaginarnos como zombis absortos por el consumo y amenazadas por la destrucción del planeta que como seres liberados de cualquier régimen de explotación y alienación económica. Ante este panorama, el entretenimiento, ahora más que nunca, se ha convertido en un elemento de primera necesidad para paliar la insatisfacción social mediante la evasión.

¿El objetivo? crear una sensación pesimista sobre nuestro futuro de aquí a quince años para que, una vez llegados a ese tiempo, cuando nuestra sociedad no sea ni tan autoritaria ni tan despótica, y cuando no hayas perdido todos tus ahorros ni tengas que sobrevivir en casa de tu abuela con cuatro trabajos precarios, pero tengas cada vez menos libertades, menos capacidad económica y un solo trabajo por un salario que no te permita pagar tu alquiler de un piso en un barrio gentrificado, pienses que las cosas no están tan mal. En resumen, crear un sentimiento de conformismo ante el cambio social que se nos presenta a nuestra generación. Total, podía haber sido mucho peor tal y como estaban las cosas, así que confórmate y no te muevas mucho.

el problema eres tú, no el sistema

Por ejemplo, en Black Mirror el problema con las tecnologías se presenta como un problema personal de las consumidoras, que no saben hacer buen uso de los avances y los vuelcan sobre sus vicios, traumas y maldades. Sin embargo, en ningún capítulo podemos encontrar una reflexión sobre las productoras de las nuevas tecnologías y la orientación con la que llegan al consumidor. Siempre es más fácil poner el foco sobre el individuo particular que sobre un entramado económico que se está haciendo el dueño de la sociedad a través de las tecnologías de la información y la comunicación.

En series como MrRobot, claramente hay un grito a la acción individual, rechazando toda clase de organización colectiva para hacer frente a una sociedad injusta y despótica y realizar una revolución. No te asocies, no te sindiques, no participes en tu barrio, en movimientos sociales colectivos. Simplemente actúa individualmente, con la ayuda mínima de alguna persona que te deba un favor, pero sin tejer redes sociales complejas. Actúa desde tu casa, con tu ordenador, con tu móvil, pero no hagas nada que de verdad pueda hacer que sientas las cadenas y quieras cambiar tu sociedad. Simplemente, resígnate y desahógate desde tu pantalla.

Nos están ganando. No somos capaces de crear un contrapoder, productos audiovisuales de gran éxito y trascendencia social, sino que asumimos como contrahegemónicos productos que provienen desde la misma hegemonía de la clase dirigente, que nos las ofertan como un cebo antisistema y critico contra sus propias bases, pero que detrás esconden un mensaje que termina calando y desmovilizándonos.

Las representaciones de un porvenir post-apocalíptico responden a la inexistencia de relatos alternativos, reforzando así la idea de que el sistema capitalista es el único escenario posible frente a la barbarie. Las ciudadanas de la sociedad de masas creerán vivir en el mejor de los sistemas posibles, porque se les priva del conocimiento de ningún otro. Teniendo en cuenta que este sistema capitalista también está en crisis, quizá en una sistémica, deberemos de suponer que este tipo de relatos constituyen una especie de preparativo ante el advenimiento del apocalipsis.

El sistema permite un cierto margen de disidencia en tanto que le reporta beneficios económicos y una imagen de inclusión y benevolencia, pero está permanentemente alerta, listo para actuar con firmeza en el momento en el que el discurso comience a calar más de lo deseable.

¿Qué debemos pensar de un producto que glorifica al ladrón concienciado (La Casa de Papel) pero pertenece a Atresmedia, potente conglomerado industrial que durante algún tiempo entró en el selecto y turbio Ibex 35? Black Mirror está producido por Endemol, creadora del alienante Gran Hermano y otras telerrealidades. Tras Endemol está Goldman Sachs, uno de los grupos de banca de inversión y valores más grandes del mundo. Tras MrRobot está Comcast Corporation, propietaria de NBC Universal que posee a USA NETWORK, productora de la serie. Además de producir televisión, Comcast provee internet y telefonía a Estados Unidos y Latinoamérica. La serie que tanto nos gusta «El colapso«, está producida por Canal+, empresa a su vez propiedad de Vivendi, conglomerado empresarial, propiedad de mega coorporaciones, como BlackRock, entre otras financieras. Netflix pertenece, entre otras, de nuevo a BlackRock, el fondo buitre de inversión más grande del mundo.
Empresas todas estas nada interesadas en un cambio social o económico, y mucho menos en una “revolución. El capitalismo no teme dar alas a quien le cuestiona… si atrae a millones de seguidores, millones de clientes. La disidencia es otro nicho de mercado.

También podríamos hablar extensamente sobre las consecuencias ecológicas y climáticas de este consumo. Por poner un ejemplo, Netflix representa más de un tercio del tráfico de Internet en los Estados Unidos. La transmisión y visualización de servicios de video a pedido, como Netflix, libera alrededor de 100 millones de toneladas de dióxido de carbono cada año. Esto corresponde a aproximadamente el 0.3% de las emisiones globales. El uso de tales servicios de video libera aproximadamente tanto CO2 por año como el estado de Bélgica.

Resumiendo, son muchas las autoras que alertan del peligro de las distopías; la atracción de la audiencia a ellas las hacen un negocio ideológicamente muy rentable. Sus narrativas catastrofistas sobre el futuro retroalimentan el sentimiento de que ya es demasiado tarde para actuar, liberándonos así de la obligación de preocuparnos por algo que simplemente no está en nuestra mano cambiar.

Hay bastantes motivos para sentir inquietud ante el éxito taquillero de las distopías. Primero porque el catastrofismo es el mejor amigo del fascismo. Segundo, porque cuantas más películas, teleseries, novelas bestseller, documentales sobre el futuro apocalíptico, más vamos convirtiéndolo inconscientemente en un desenlace inevitable.

Una cultura más sana que la nuestra estaría creando contenido sobre un nuevo mundo basado en sistemas locales de producción de alimentos, energías renovables, redes de apoyo mutuo, autonomía colectiva y comunitaria…
Una sociedad más sana, estaría viviendo sus propias vidas, en lugar de evadirse en los productos que las emprersas nos ponen encima de la mesa. En lugar de vivir las vidas prefabricadas de personajes direccionados. Estaría creando utopías, otros mundos posibles, o en su defecto aprendiendo de los modelos de quienes ya caminan hacia allá. De quienes tienen tanto que compartir de su experiencia, en lugar de experiencias irreales y ficticias.
Podemos evadirnos de mil formas, sí. Y a veces es necesario. Pero está bien ser conscientes de hacia dónde nos llevan algunos modelos de evasión y elegir en consecuencia.

*Este artículo se escribió para el Fanzine Escatizar. Al ser un texto para fanzine, no se recopilaron todas las citas, por lo que algunas se han perdido. Dejo a continuación algunas fuentes que he logrado recopilar por si se quiere ampliar información:
– Rey Segovia, A. C. (2016). Cine distópico y crisis social. El caso de la adaptación cinematográfica de Los Juegos del Hambre. Universitat de València.
– Aranda Garrido, P. (2020). Infiltración ideológica en la cultura de masas: Las series de Netflix, HBO y Amazon prime video.
https://www.yorokobu.es/revolucionario-patrocinio/
https://www.elsaltodiario.com/1984/years-and-years-black-mirror-mr-robot-hegemonico-como-contrahegemonico#

David Attenborough: Una vida en nuestro planeta. El ecologismo que no necesitamos.

Recientemente disfruté viendo Una vida en nuestro planeta, el último documental del gran David Attenborough, naturalista por excelencia. Para quién no le conozca, Attenborough es al mundo, lo que Cousteau para los vecinos del norte o Félix Rodríguez de la Fuente a quienes sintonizamos TVE. Confieso haber visto varias veces muchas de las producciones en las que es creador o participa, véase Planeta Tierra I y II, Planeta Helado, o mi preferida, La vida privada de las plantas. Una vida en nuestro planeta, pretende ser su legado y hace un repaso de los cambios relacionados con el cambio climático y especialmente con la pérdida de biodiversidad, apoyándose en su experiencia vital, pues desde bien joven lleva divulgando con mucha elegancia y bastante rigor, y lo sigue haciendo, a sus 94 años. Como digo, el documental es virtuoso en muchos aspectos, pero por otro lado, algunas cuestiones me parecen desacertadas, dejándome así, un sabor agridulce.

Los puntos fuertes son muchos, para variar es una superproducción con unas imágenes de lujo. Luego, en efecto hace un buen repaso sobre los desastres naturales mediados por los del género Homo. Pero, en el último tercio, se aventura a ofrecer una serie de claves para resolver el colapso civilizatorio que viene, asociado a la destrucción del planeta. Es aquí donde en algunas de sus propuestas, me he llegado a espantar.

Comienza ese último tercio haciendo apuntes sobre el exceso de población humana, considerando que «pronto» llegará a dejar de crecer -creo que es bastante probable-, pero además hace deducir que los problemas de nuestro tiempo son consecuencia de ese exceso poblacional. Posteriormente he visto que efectivamente lleva tiempo en estas posiciones. En esta última consideración me hallo en desacuerdo. Evidentemente la relación es directa, mayor número de personas, mayor será el impacto de éstas en el medio, pero atribuir carácter de causa de primer orden a la superpoblación, me parece desacertado y peligroso. La población humana lleva creciendo de forma exponencial desde los orígenes de la revolución industrial, múltiples autores y escuelas han relacionado este crecimiento demográfico con el «progreso» y especialmente con el increíble aumento en la disponibilidad de energía y su aprovechamiento. Efectivamente, me sumo a afirmar que ésta es la causa última de los problemas que nos atañen: la carbonización del sistema mundo, lubricado con las lógicas del crecimiento y del capital. Así, las transformaciones dadas desde la corta historia de nuestra civilización ilustrada las entiendo consecuencias, yendo desde el cambio climático, a este crecimiento exponencial de la población del que hablamos. Insisto, coquetear con la idea de que «sobran personas» me resulta peligroso, y aunque sectores del ecologismo o del socialismo revolucionario, entre otros, se han apoyado de ideas propias del malthusianismo, también lo han hecho el liberalismo, el fascismo o la eugenesia. Volviendo a las causas de esta civilización que colapsa, en el hipotético caso de cambiar nuestra devoción por la combustión fósil y las lógicas del crecimiento por prácticas decrecentistas y lógicas biocéntricas que nos reconcilien con nuestro entorno directo, me atrevo a afirmar que ser «demasiada gente» dejaría de ser un problema, incluso en las décadas sucesivas a este supuesto cambio de viraje se experimentaría una tendencia a la baja equilibrando los números. Por último, y sin olvidar que afrontar las consecuencias del cambio climático es tarea de todas las personas que habitamos este planeta, conviene recordar que la contribución al desastre es muy desigual, por poner unas estadísticas: la décima parte más rica de las personas consume 20 veces más energía que la décima parte más pobre. El 0.54% de las personas más ricas emiten el 13.6% de emisiones de carbono y el 50% más pobre, sólo es responsable de alrededor del 10% de flujos de carbono a la atmósfera. Parece que está más relacionado con los modos de vida que con el volúmen demográfico.

Continuando con el recetario que ofrece el documental, insiste en escenarios de emisiones cero, pero realiza una oda a las energías renovables en varios alardes de tecnooptimismo. Ya se ha comentado previamente en este blog: las renovables son parte de la solución hacia una transición ecológica, pero no llegarán a ofrecer una disponibilidad energética ni de lejos equiparable al consumo actual. Bien es sabido que la energía eléctrica supone algo más del 20% de la que consumimos, el resto proviene de la combustión fósil. Electrificar ese casi 80% restante no es posible por varias razones, entre las que destacan las exigencias materiales de las placas fotovoltaicas, molinos, baterías o el propio cableado, o los desafíos técnicos por resolver relativos a la maquinaria pesada o a determinados sectores de la industria, entre otros. En un momento, el metraje pronostica a Marruecos como exportador de energía de origen fotovoltaico a Europa, haciéndome saltar las alarmas del eurocentrismo y del globalismo. A mi entender, el sistema de producción energética ideal debería pasar por una relocalización y democratización del mismo en forma de pequeñas y medianas instalaciones que, por supuesto, no pertenezcan al oligopolio eléctrico que ya está acaparando el sector. En cuanto a la demanda, ésta inevitablemente se verá reducida por las buenas o por las malas. Así, entiendo que las soluciones que ofrece el documental tienden a sumarse a las insuficientes propuestas típicas del Green New Deal, más que a escenarios decrecentistas.

Posteriormente, realiza consideraciones sutiles en relación al sistema agroalimentario, a la movilidad y a la conservación medioambiental. A este respecto, envaino temporalmente las armas, pues me resultan más razonables. Sugiere, entre otras cuestiones la limitación de las áreas, volumen y prácticas de pesca en pos de una recuperación de los océanos; la reducción de las áreas de suelo dedicadas a la agricultura acompañada de una sustitución por vegetación autóctona de bosque o selva; la vegetarianización de nuestra dieta; o un guiño al uso de la bicicleta. Aunque, -vuelvo a la carga-, continúa deleitándonos con imágenes de impresionantes invernaderos holandeses, unas factorías de verduras que no me veo informado para valorar con rigor, pues desconozco su balance de pros y contras, pero que dejándome llevar por el romanticismo, me parece una forma de producción de alimentos horripilante. Cierra este asunto con otra exaltación al crecimiento, galardonando a «Países Bajos como el segundo país exportador de alimentos más grande del mundo, a pesar de su tamaño».

Para terminar, en un alarde de esperanza y siguiendo con esta línea tecnoidólatra, nos muestra un mundo futurista ideal en el que primero, en la sabana conviven manadas de herbívoros salvajes con aerogeneradores, y después drones recolectores sobrevuelan la jungla haciendo acopio de frutas.

Insisto, el recetario que nos permita afrontar la crisis ecosocial de una forma moralmente digna y elegante, ni mucho menos pasa únicamente por asuntos técnicos. Ya hay propuestas diversas y muy valiosas que vienen de escuelas como las del ecologismo social, el ecofeminismo o muchas posturas decrecentistas. Creo que el principal desafío que tenemos por delante es que desde abajo, seamos capaces de colectivamente tomar suficiente vigor para articular esta transición, si no, para variar, vendrá mediada de arriba a abajo. Cada vez es más urgente. Este tipo de contenidos que no apelan a la acción colectiva y desde abajo, y que no se bajan del burro de la sacra idea del progreso técnico, no son el ecologismo que necesitamos.

No termino sin reconocer, que esta dura crítica no empaña mi pasión por la excelsa trayectoria de documentales de David Attenborough ni por la estima que le tengo como naturalista. Cousteau y Félix Rodríguez de la Fuente también tenían sus cosas, y eso no quita que también fueran grandes divulgadores. Eso sí, David y productores del metraje, si pretendíais dejar una sensación de tranquilidad o esperanza por los tiempos que vienen, os ha salido el tiro por la culata.

Javier León Mediavilla

P.D. Os animo a ver el documental, en mi caso lo vi en Netflix, plataforma de la que me confieso víctima.
P.D.2 Algunos de los artículos científicos citados no están libres y son de pago. Si alguien tuviera interés en consultarlos y no sabe cómo, podéis contactar conmigo a través del blog.

Considerando las vacunas para la Covid. Entre el milagro y la chapuza.

Arranco estas líneas un tanto abotargado por la histeria informativa que más o menos estamos sufriendo en este periodo tan caracterizado por el ruido en lo comunicativo. En estos últimos meses, parte de ese ruido lo protagoniza el asunto de las vacunas y es consecuencia, entre otras, de luchas de intereses por intentar hacerse un hueco en este, cada vez más, ridículo mundo. En un mapeo fundamentalmente doméstico, veo que genera sensaciones que van desde la esperanza hasta una profunda inquietud y desconfianza, no es para menos. Aclarando que me resultan familiares los ámbitos de la fisiología, la biología molecular o la inmunología, pretendo modestamente arrojar algo de luz al asunto y sobre todo, despejar según que incógnitas que me encuentro muy a menudo. Así pues, voy a intentar relatar los principios básicos de acción de esta generación de vacunas que atropelladamente vienen, cuestiones relativas a su fabricación y tiempos de potencial despliegue en la población, qué intereses están disputando las distintas partes o cómo situamos esto en el momento histórico que vivimos, para así, poder situarnos nosotros.

Empecemos por lo técnico. Sin entrar en mucho detalle, creo que es necesario entender cómo se desarrollan mecanismos de inmunidad ante patógenos externos. Muy brevemente, en una infección por un virus, una bacteria… este agente externo tiene unas características bioquímicas que lo diferencian del resto, generalmente proteínas o azúcares específicos, que podríamos entender como su firma o su huella y que conocemos como antígenos. En un proceso muy complejo que no entro a detallar, nuestro sistema inmune se encarga de reconocer estos antígenos y desarrollar estructuras que interaccionan específicamente con ellos, los anticuerpos. De este modo, antígeno y anticuerpo se unen bioquímicamente, siendo la señal para que células concretas de nuestro sistema inmune tengan una diana donde desplegar la respuesta inmunitaria. En una primera infección, desarrollar anticuerpos específicos por parte de nuestro cuerpo es un proceso largo que dura varios días. Una vez desarrollados y tras haber combatido la infección, se reservan ciertas células productoras de estos anticuerpos específicos para ese agente externo, creando una memoria inmunológica, permitiendo que en sucesivas infecciones la respuesta inmune pueda ser prácticamente inmediata, ahorrando tiempo, energía y disgustos. Las vacunas, básicamente buscan presentar los antígenos de agentes infecciosos problemáticos mediante vectores menos infectivos o no infectivos, para que cuando de forma natural nos veamos expuestos, nuestro sistema inmune ya tenga esa memoria que permita una rápida actuación. Tradicionalmente, las estrategias de estas vacunas han sido el patógeno inactivado; el patógeno vivo atenuado; o proteínas recombinantes o subunidades (es decir, se introducen únicamente los antígenos que generaran la diana).

Y ya empezamos con el turrón. Para el SARS-CoV-2 se están desarrollando cientos de proyectos de vacuna a nivel mundial. Muchas de ellas en base a tecnologías nuevas, en adelante las llamaremos vacunas de nueva generación. El principio de estas vacunas de nueva generación es básicamente el mismo: presentar a nuestro organismo los antígenos, en este caso del virus, para que pueda generar memoria para el momento de una hipotética infección. ¿Por qué se está apostando por estas nuevas estrategias? Estas tecnologías permiten que su desarrollo sea mucho más rápido, y por supuesto, más barato. Un ejemplo es que la empresa Moderna estaba iniciando la fase I de testeo de la vacuna sólo 63 días después de la publicación del genoma del SARS-CoV-2. Pero no nos adelantemos, ¿qué son estas nuevas tecnologías? Bien, se están probando variedad de ellas, pero en base a las noticias de los prototipos de vacuna que parece encabezan esta carrera, son dos.

Las primeras son a partir de cepas concretas de adenovirus modificados. Los adenovirus son un grupo de virus que generan lo que conocemos como resfriado común. Estas tecnologías están aprovechando adenovirus atenuados, modificando su información genética incluyendo el gen de la proteína S (de «espícula» o spike en inglés) del SARS-CoV-2, que es la proteína antígeno, la diana para nuestro sistema inmune. De este modo, el adenovirus que debiera generar una infección leve o ausente, nos presenta también el coronavirus, permitiendo que generemos defensa. Ejemplos de esta tecnología son la Sputnik, la de Oxford o la de Sinovac.

Las segundas son vacunas de ARN mensajero (ARNm). Éstas introducen ARNm, esa molécula que intermedia entre el ADN y los ribosomas, éstos últimos encargados de sintetizar proteínas. Introduciendo así ARNm con la información de la proteína S del SARS-CoV-2, idealmente ésta se sintetiza y acaba generando inmunidad. Para esta última familia de vacunas tenemos que tener en cuenta que el ARN es una molécula relativamente inestable, y generalmente se fabrica de modo que vaya encapsulada e integrada en una secuencia que le permita conformar una estructura que le confiera estabilidad, para lo cual hay diversas técnicas. Desmintiendo voces que he oído al respecto de estas últimas, las vacunas de ARNm no generan mutaciones insercionales (no se integran en nuestro ADN, no nos hacen mutar). Ejemplos son la de Moderna o Pfizer.

Tenemos que entender que estas vacunas de nueva generación (no sólo las dos descritas anteriormente, hay más), no surgen de la nada, especialmente en la última década se ha acelerado con creces la investigación en vacunas con este tipo de vectores, habiendo proyectos que han experimentado con los agentes responsables de enfermedades infecciosas como el zika, el ébola, el sida o la gripe, pero especialmente para el tratamiento de distintos tipos de cáncer. Muchos de estos proyectos han demostrado ser seguros y tener altas cuotas de éxito, equiparables a las vacunas tradicionales.

Una vez puestos en contexto, más o menos, asuntos más técnicos, queda el asunto del desarrollo de las mismas, ¿qué controles ha de pasar una vacuna para poder salir al mercado? Hay que considerar que una vacuna tiene carácter profiláctico, es decir, de prevención y se administra en individuos sanos. Por esta razón, las administraciones competentes, antes de aprobar una vacuna, son especialmente rígidas con los aspectos relacionados con la seguridad y efectos secundarios, al menos, más que en el caso de un medicamento que se administra de forma terapéutica en un individuo enfermo, donde se pone sobre la balanza el beneficio respecto a los probables perjuicios (efectos secundarios, toxicidad, reacciones autoinmunes…) del mismo. Es decir, si una vacuna generase los efectos secundarios de algunas quimioterapias, por muy efectiva que fuese en la profilaxis, los efectos secundarios asociados son suficientes para que las administraciones no aprobasen tal producto.

Toda vacuna para ser aprobada ha de pasar distintas pruebas, entre ellas, los ensayos clínicos en población humana que constan de tres fases. Durante la fase I, pequeños grupos de personas reciben la vacuna. La fase II del estudio clínico es más amplia y la vacuna es administrada generalmente a personas adultas sanas. Durante la fase III la vacuna es administrada a miles de personas, examinando su eficacia y seguridad. Muchas vacunas realizan una fase IV de estudio post-comercialización, tras haber sido aprobada. Las dos primeras fases se centran en la seguridad, las sucesivas testean además de su seguridad, la efectividad de la misma. El proceso es largo y gran parte de estos proyectos quedan paralizados en alguna de estas fases al advertirse efectos secundarios o baja eficacia. El tiempo de desarrollo de una vacuna tiene una media de 5-10 años, habiendo casos que se han demorado hasta los 20, otros más celéricos en sólo 2.

Así pues, ¿Cómo es posible que en tan pocos meses estén disponibles vacunas de distintas casas comerciales? Hay que considerar que los proyectos que más avanzados van en estos momentos se encuentran aún en fase III de desarrollo, por lo que aún queda tiempo para que se empiece a dispensar a la población si finalizan esta fase con éxito. Independientemente de esto, el desarrollo está siendo rapidísimo, desde luego porque hay mucho dinero en juego y precisamente por eso debemos ser precavidos.

Por un lado, los datos que han publicado de la fase III las diferentes casas (en notas de prensa, aún no en publicaciones científicas revisadas por pares) son datos preliminares y por tanto de estudios aún incompletos que además sólo analizan efectos secundarios a corto plazo. Cuando hablan de una eficacia de un 90% o 95% tenemos que saber de dónde sale ese dato. En el caso de Pfizer, su ensayo consta de un tamaño muestral de poco más de 40.000 individuos, no muy alto. De los cuales la mitad lleva un placebo, la otra mitad la vacuna en sí. Tras realizar un seguimiento en estos 40.000 sujetos identificaron 93 positivos por coronavirus, de los cuales el 90% pertenecían al grupo control, de ahí el valor de la eficacia. Resultados similares tienen el resto de casas. No seré yo quién diga que los resultados no son prometedores, pero nada más que eso. Es necesario un tamaño muestral mucho más alto, pues veremos como ese 90% probablemente fluctúe, pudiendo subir o bajar esta eficacia. Además, es imperativo hacer un seguimiento estrecho de los voluntarios para aseverar la ausencia de efectos secundarios, cuestión que desconozco si se está haciendo con el debido rigor, pero debiera ser garantizada por los desarrolladores antes de poner nada en el mercado. En esta línea, tampoco lo he podido corroborar, pero tengo entendido que ni siquiera se han hecho análisis serológicos a la población muestral (para ver si ya presentaban anticuerpos de una previa infección), por lo que se estaría introduciendo otro sesgo a los estudios. Por otro lado, sólo el tiempo dará información de cuánto durará la inmunidad que proporcione la vacuna.

Por tanto, los datos son muy preliminares, ¿a qué se debe pues que desde los medios se esté dando tanto bombo a las distintas vacunas? Hay varias razones que puedan explicarlo, por un lado sin duda es una llamada de atención para los inversores por parte de las distintas entidades desarrolladoras, que ya han puesto mucha pasta y la quieren de vuelta y multiplicada tanto más cómo sea posible. Los anuncios de sus resultados preliminares con eslóganes tipo «¡Funciona!» hacen subir sus acciones en bolsa como la espuma (o eso pretenden), lo que las permite seguir desarrollando y pensar en la fabricación. Se está aprovechando además para inyectar esperanza a parte de la población, dando a entender que se desplegará pronto la vacuna, que además será una especie de milagro o cura para volver a la época pre-covid. Por mi parte, espero que la vacuna no llegue pronto, lo veo imposible si se quieren respetar los tiempos de desarrollo que garanticen los controles de seguridad de la misma y aseveren tiempos de inmunidad suficientes.

Parece que las instituciones pertinentes están dispuestas a saltarse pasos en aras de la urgencia poniendo en compromiso esa seguridad. Si ese es el caso, el debate debería de ser abiertamente este: ¿merece la pena asumir riesgos para acelerar el proceso de despliegue de la vacuna en la población por el carácter de urgencia de la situación? Esta cuestión da para mucho, y creo debería ser el centro del debate. Hay voces en ambos polos, por un lado el Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas (NIAID de su acrónimo en inglés) que trabaja con Moderna en el desarrollo de la vacuna, argumenta que el retraso del desarrollo de la vacuna supone de lejos mayores riesgos que los que según sus estudios están encontrando en pacientes sanos. Por otro lado, postura en la que me sitúo, hay quienes consideramos que el principio de precaución y los criterios de garantía deben respetarse hasta el final, independientemente de si eso demora los tiempos. En esta línea, se pronuncian otras voces con trayectoria como Shibo Jiang, investigador que lleva trabajando en el desarrollo de vacunas y tratamientos para coronavirus desde 2003 (desde la aparición del SARS), le cito «tenemos la urgencia de desarrollar una medida para luchar contra el nuevo coronavirus, pero la seguridad es siempre la primera consideración«. Por supuesto una vacuna efectiva puede paliar la situación actual, pero se deben respetar los tiempos de desarrollo y se debe justificar adecuadamente su seguridad y efectividad en publicaciones serias, contrastadas y reposadas.

Una vez disponible una vacuna segura y efectiva, ¿hay capacidad para producir suficientes dosis para todo el mundo? Suponiendo una coordinación logística faraónica de fabricación, conservación y distribución para dar cobertura global, las voces más optimistas hablan de tres meses, pero me temo no tienen en cuenta varias consideraciones. Por poner dos ejemplos que fácilmente dilatarán los tiempos, la producción de la vacuna supondrá usar los recursos que ahora se dedican a fabricar otros productos pudiendo dar problemas de desabastecimiento, además las vacunas que vengan irán acompañadas de una patente, comprometiendo su acceso según territorios y/o poder adquisitivo. A mi entender, veo muchas complicaciones en las sucesivas fases de este proyecto. 

Más allá, ¿se están invirtiendo esfuerzos coherentes o proporcionados en el desarrollo de la vacuna y otros aspectos relacionados con la salud?, la pandemia ha demostrado la debilidad e incapacidad de los sistemas de salud pública para subsanar este tipo de circunstancias. Considero notablemente más importante reforzar los sistemas de salud pública que el desarrollo de la propia vacuna. Es como jugar en vez de con todas las fichas, sólo con la reina, por muy reina que sea.

En otro orden… ¿volver a la época pre-covid? estamos experimentando un tiempo de aumento de medidas de control social, restricciones, coerción, claramente verticales y muy a menudo arbitrarias. Estas medidas biopolíticas profundizan en lo que muchos teóricos llevan años llamando ecofascismo. Dudo que tras una vacuna efectiva, nos devuelva totalmente atrás. Ese atrás que además, podemos echar de menos, pero no era ni mucho menos un paraíso. La pandemia no ha hecho más que profundizar en una crisis ecosocial que antes ya estaba ahí y seguirá estando, con o sin vacuna.

Tampoco soluciona las circunstancias que lubricaron la aparición del SARS-CoV-2, ya hemos hablado en este blog de su relación con la crisis climática. Cuando aparezca un brote de otro agente tanto o más agresivo que este… ¿se repetirá lo que estamos viviendo? ¿o quizás debiéramos atajar el problema de raíz y, por ejemplo, dedicar los esfuerzos a respetar los pocos espacios salvajes que quedan y favorecer la recuperación de este planeta enfermo?

En el otro extremo, y sin entender demasiado bien los intereses, nos encontramos con teorías conspiranoicas que conglomeran un argumentario sin referencias, o al menos referencias serias, que en muchas ocasiones no son ni coherentes en sí mismas. Se aglutinan aquí desde la propia negación al virus y la enfermedad, hasta que ha sido sintetizado ad hoc en un laboratorio, pasando por afirmaciones del estilo que las vacunas van a modificar nuestro ADN, no sólo eso, sino introduciendo genes de docilidad o que nos van a inyectar microchips o nanobots con no sé qué locos intereses. Efectivamente, existe la tecnología para introducir inserciones de material genético en nuestro genoma, es decir, hacernos mutar, son algunas de las tecnologías cuyos vectores son de ADN pero su desarrollo va notablemente más lento y en el caso de tomarse en consideración como posibles candidatos tendrían serios problemas para, primero aseverar su seguridad y segundo, pasar comités de bioética, por lo que a mi entender, aún es una preocupación menor. En fin, ante esto suelo decir lo mismo, no hay nadie al timón de la conspiración, bastante dóciles somos ya por el simple hecho de vivir en un mundo estructurado como está, a bastantes urgencias reales nos enfrentamos como individuos, sociedad y/o civilización en el momento histórico que corre, como para seguir teorías locas que hacen que se pierdan energías en direcciones que no van al foco de nuestros problemas reales.

Concluyendo, la vacuna para el SARS-CoV-2 está lejos de ser un milagro, aunque encuadre perfectamente en la cosmovisión de nuestra civilización que sacraliza el progreso. El capitalismo es la encarnación de la prisa, que no es buena compañera de camino, tengamos serenidad y perspectiva para dar la importancia que tiene a cada asunto, para no precipitarnos en chapuzas y actuar con tanta moral y elegancia como nos sea posible. Esta pandemia podría entenderse como la precuela de un colapso de mucha mayor intensidad al que se enfrenta el ser humano de nuestro tiempo, asunto de primer orden que no hacemos más que procrastinar. Cómo vivamos y resolvamos las circunstancias relacionadas con la pandemia, nos puede dar aprendizajes para afrontar lo que viene en las sucesivas décadas.

Salud

Javier León Mediavilla


Algunos artículos de apoyo:

– Vacunas mRNA https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5906799/

– Orígenes del SARS-CoV-2 https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7095063/

– Vacunas coronavirus https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7423510/

https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7165276/ 

– Patentes y coronavirus https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC7705422/

Ciudad y género. El entorno urbano según nuestro aprendizaje social.

El siguiente texto está muy lejos de concebirse como un documento científico, puesto que el objetivo del mismo es, más bien, incitar al debate desde lo personal, ser el gatillo que nos anime a repensarnos en los lugares que habitamos (en este caso, con un enfoque claramente urbano).

Por tanto, podríamos decir que este artículo es un compendio de aprenderes adquiridos por su autora como mujer occidental, feminista, en otro tiempo urbanista, habitante de una ciudad mediana del Estado Español, y lectora de libros y otros artículos como los que se citan en la bibliografía. No me invento nada, solo pongo de manifiesto mi realidad urbana, algo que, por suerte, cada vez hacemos más personas. Cuanto más diverso sea el panorama planteado y mayor, la puesta en valor de nuestras diversas realidades, más sencillo será dar con un crisol que nos lleve a pensarnos de maneras más humanas.

Antes de entrar de lleno en el artículo, matizar que se habla de la categoría mujer como la subalteridad que se representa en oposición a la categoría hombre, esto puede llevarnos, así, a caer en un planteamiento binario. Para evitar estos enfoques, quizá sería más acertado hablar de hombre (como hombre hetero, blanco, de mediana edad, etc.1) frente al resto de realidades, sin embargo, como mencionaba antes, este no deja de ser un artículo, en parte, personal, subjetivo, que escribe alguien que solo puede representar su realidad.

Para terminar con esta introducción, recordar que el papel de la mujer siempre ha tendido a ser un papel catalizador: no solo no ponemos de manifiesto nuestras realidades sino que, también damos voz a otros muchos colectivos cuando logramos que se nos escuche.

Ahora sí, la propuesta está vertebrada a través de una crítica consciente al modelo de ciudad (occidental en su mayor parte) desde un punto de vista feminista y/o de construcción social de los roles de género, vehiculando el discurso a través de tres ejes básicos: la movilidad, la seguridad y la accesibilidad urbanas.

1 Lo que Amaia Pérez Orozco denomina en su libro «Subversión de la Economía Feminista» y parafraseando a Donna Haraway llama: Esa Cosa Escandalosa.

Movilidad

Este aspecto se aborda desde el punto de vista de la espacialidad y la corporeidad, conceptos que se acercan más a lo físico, a lo vivido a través de los cuerpos en el devenir de nuestras rutinas enmarcadas en el entorno urbano, alejándonos de la realidad cartesiana de los despachos oficialmente destinados a la disciplina del urbanismo. ¿Cómo son y a qué responden los lenguajes corporales que adoptamos en nuestro discurrir por los espacios urbanos?

Pongamos un ejemplo sencillo, un hombre y una mujer (entendidos como construcciones sociales a partir de ahora y no tanto como cis-hombre o cis-mujer2), desconocidos, se cruzan en una acera relativamente estrecha, el momento de encuentro se resuelve, normalmente, con la mujer que se gira levemente sobre sí misma, hacia adentro y con el hombre que se abre dejándole pasar, cediéndole el espacio: el hombre «deja» y «cede»: implícitamente se entiende que el espacio es suyo; la mujer se recoge sobre sí misma: se protege, en parte porque somos las que podemos encontrarnos en estado de gestación y por tanto, protegemos nuestro vientre, nuestro cuerpo, sea como fuere, nos sentimos vulnerables.

Estas experiencias y ejemplos tienen un sinfín de réplicas, traigamos a la memoria una de ella que resultó muy viral hace unos años: ¿cómo se sientan los hombres en los transportes públicos? A raíz de esta cuestión, se comprobó que la mayor parte de ellos se colocaban acaparando gran parte del espacio, por ejemplo, abriendo las piernas aunque el susodicho medio de transporte estuviera densamente ocupado. De nuevo, situaciones que aluden a la pertenencia del espacio.

Las mujeres, educadas para atender las tareas de los cuidados, somos más propicias a cruzar las piernas, recoger los brazos… de nuevo, sentimiento de protección pero también, expresión física del mirar por los demás, para que todos podamos tener sitio, al fin y al cabo, reflejo de la mencionada educación en los cuidados.

Por otro lado, en relación con la movilidad urbana, encontramos el legado de la zonificación (o zoning) como herramienta de planeamiento; si la zonificación divide en áreas con distintas funciones y usos la ciudad entonces cabe valorar, ¿qué zonas? ¿para quién? Sin entrar a cuestionar en este texto los modelos de transporte y explotación económica de la ciudad que esta práctica fomenta (uso generalizado y dependencia del coche, densificación-turistificación del centro urbano, atracción del vehículo privado a los cascos históricos, procesos de gentrificación…) se puede adelantar que es una herramienta de control material del espacio al igual que el consumo es una herramienta de control de los deseos.

Es decir, nos estaríamos refiriendo a la imposición, a través del urbanismo basado en la zonificación, de modos de desplazamientos y, en última instancia, de formas de vida que nos hacen estar a las 13h00 del mediodía en la zona urbana destinada al trabajo y nunca a la pensada para el ocio u otras funciones… Quien allí esté es porque no se encuentra donde debe o porque se acepta su vulnerabilidad.

Llegado este punto, y dentro del marco que conforma este estudio, cabría cuestionarse de forma más concreta, de qué manera nos movemos como mujeres, cuál es «nuestra zona», y el tratamiento que la misma recibe y ha recibido por parte de los profesionales. Dentro de la práctica de la zonificación ¿qué lugares se proyectan en la ciudad que tengan como modelo de referencia tipo al agente mujer? Nos atreveríamos a decir que la zona mujer, en la ciudad, prácticamente ha desaparecido para quedar recluida al núcleo privado-residencial: la presencia de las mujeres en la urbe se deriva de la relación que guardan con dicho núcleo: no es que la zona compras, por ejemplo, sea la de las mujeres, lo que ocurre es que tienen que abastecer el hogar, dentro de la asimilación de los cuidados a la figura femenina, tampoco valdría plantear como su zona, la destinada a los juegos infantiles, pues no son ellas las principales protagonistas de estos espacios, y así con un sinfín de lugares en la ciudad.

Puesto que a lo que nos estamos refiriendo es más al núcleo residencial, para tratarlo con propiedad, deberíamos dar el salto cualitativo: hablar más en términos arquitectónicos y no tanto en términos urbanísticos. Un análisis liviano de las arquitecturas comunes residenciales nos conduce a conclusiones muy similares a las discurridas para el urbanismo convencional: de nuevo nos encontramos ante un performador de conductas, más que ante una herramienta al servicio de las personas que la habitan. Esto queda de relieve con solo traer a colación los planteamientos de Le Corbusier, quien hablaba de la residencia como la máquina de habitar para el mecanismo de la familia.

Otras teorías relacionadas con las arquitecturas residenciales desde un punto de vista de género o, al menos, desde una perspectiva más antropológica serían las que nos hablan del hogar tomando como punto de partida el mito de El Palacio del Príncipe y que pone sobre la mesa la unión arquitectura y familia como aliadas sociales conservadoras. Además, una segunda lectura de todas estas cuestiones sería la que nos lleva a una contradicción: si habíamos planteado el núcleo residencial como el lugar de la mujer, ideas como las mencionadas en el párrafo anterior, nos las desbancan por completo pues, precisamente, hablan del hogar como el espacio del príncipe: hombre que dispone de un territorio claramente delimitado para poder ser controlado de forma mucho más sencilla pero que se sustenta gracias al trabajo de otros… otras.

Para fortalecer esta idea del sustento en ellas (nosotras) y saliendo otra vez de los muros de las viviendas, recoger algunos datos más; por ejemplo, el arrojado por varias estadísticas en las que se pone de relieve que en el Estado Español el transporte mayoritario es a pie y que el 60% del total es realizado por personas jubiladas y por aquellas que se ocupan del hogar. Más datos estadísticos: ya en el año 1996 un estudio realizado en EE.UU. revelaba que el colectivo con menor acceso al automóvil era el representado por las mujeres siendo, al mismo tiempo, el grupo de población que

realizaba los dos tercios de sus desplazamientos para llevar a otros. Estos datos entroncan perfectamente con las teorías que nos hablan de los tipos de desplazamientos: por lo general, se relaciona al hombre heterosexual, blanco, sano, en edad de trabajar, etc. con desplazamientos de tipo pendular, es decir, con dos focos: el punto de partida y el de llegada quevnormalmente suelen estar identificados con el lugar de trabajo y el de residencia.

El otro tipo de desplazamiento sería el denominado como poligonal y, como su propio nombre nos señala, indica viajes múltiples, multifocales, con varios nodos que, en la vida real, se traducen en el intento de rentabilizar al máximo las salidas desde el punto de partida, y que habitualmente se relacionan con los desplazamientos realizados por las mujeres.

A su vez, y como ya se ha podido ir sobrentendiendo a lo largo de algunos párrafos, ambos tipos de trayectorias están altamente condicionadas por el automóvil o, mejor dicho, por una ciudad pensada, en su mayor parte, para circular en dicho medio. No es que la ciudad se un medio hostil para el peatón… pero casi.

Tras todo este desglose de ideas y teorías desgranadas, podríamos llegar a la conclusión de que, realmente, el espacio planteado para la mujer como agente tipo no existe a día de hoy en nuestras ciudades. La triada performadora de conducta (arquitectura, urbanismo y familia) de la mano de la zonificación como disciplina urbanística de la que aun nos queda una gran herencia, no ha dado lugar a un cambio de paradigma que contemple cuestiones de género (entre otras) a los niveles ciudad y residencia, por no hablar de la necesidad de un modelo urbano que se aleje de lo dictado por el uso del automóvil.

2 Cis: prefijo proveniente del latín cuyo significado sería indicar aquello que está «en el mismo lado [que]». El término «cissexual», señala a una persona que está cómoda y de acuerdo con el sexo asignado en el nacimiento, que no necesita transitar de un sexo a otro ni plantea una ruptura con las normas de género

Seguridad

¿Cómo es una ciudad segura? ¿Segura para quién? Quizás, llegando a este apartado, la pregunta no debiera ser enunciada utilizando el verbo ser sino el sentir.

A día de hoy, en los círculos profesionales, oficiales, institucionales o como queramos llamarlos, una ciudad segura se entiende de diversas formas pero todas ellas acaban llevándonos o bien por los derroteros ya enunciados por Jane Jacobs, donde una ciudad supuestamente segura se vertebra entorno a tres elementos: los recintos cerrados y ciegos, los mecanismos tecnológicos y los cuerpos de seguridad (privada o pública); o bien, nos encamina directamente a la cuestión de las Smart Cities que, al fin y al cabo, no dejan de ser una prolongación o evolución del primer modelo citado.

Pero parafraseando las palabras de Jacobs, no vamos a sentir que la ciudad es más segura por cuantas más medidas de seguridad tomemos (cámaras, ordenadores, policía, seguridad privada, verjas…) sino por el mejor urbanismo que hagamos o demandemos. Un mejor urbanismo que traduzca este sentir del que hablamos en realidades construidas, lo cual, a día de hoy, sigue resultando una ardua tarea con solo darse cuenta del lenguaje utilizado en los círculos del urbanismo oficial: aprovechamientos, superficies útiles, rentabilidad, tipología… son términos que a duras penas permiten plantear otras cuestiones un poco más humanas, si podemos decirlo así. De nuevo queda patente que no solo hay que cambiar la ciudad, si no que el cambio debe empezar desde más atrás.

Aunque tampoco nos liemos la manta a la cabeza, siguiendo con Jacobs, solo se trata de humanizar las ciudades, lo cual pasa por cosas tan sencillas como acabar con las calles sin salida, los descampados y solares vacíos entre zonas concurridas, con zonas no asfaltadas, sin aceras… O, valiéndonos de otro ejemplo muy recurrente, tratar de otra forma las grandes extensiones de baja densidad que no se asoman a la calle: una vez allí, lo único que percibimos son grandes muros (aunque esos muros sean vegetales), no hay ventanas, ni plazas, ni comercios, ni puntos de encuentro, resumiendo, no parece haber vida, dicho de otra forma, a lo largo de estos trayectos no hay posibilidad de comunicación con iguales y por tanto, son fácilmente entendidos como focos de inseguridad.

Otro ejemplo también conocido ya: las secciones de calles con aceras estrechas, dos carriles para los coches (o aunque sea uno) y grandes edificios a ambos lados. A todas luces resultan poco cómodos para caminar por ser embudos de polución, peligrosos (sobre todo para caminar acompañando a niños), mal o artificialmente iluminados incluso a pleno día, etc.

Siguiendo con los factores que nos condicionan en nuestro día a día, la falta de seguridad y el miedo en último término, transforman nuestra rutina; si no nos sentimos bien en un espacio o discurriendo por un lugar lo evitaremos, acortaremos nuestro tiempo de ocio, restringiremos nuestros paseos, evitaremos ciertas áreas urbanas… en definitiva, cambiaremos o amoldaremos nuestras costumbres a modos y hábitos más seguros (de nuevo la ciudad, a través del urbanismo como performadora de realidades).

Y todo esto lo hacemos porque nos sentimos, otra vez, vulnerables, la ciudad no se ha construido como nuestro espacio natural y nos percibimos débiles, faltas de recursos para afrontar un paseo, una vuelta a casa, un esperar a alguien solas.

En la Escuela de Arquitectura de Valladolid, un profesor de Urbanismo y Paisaje contaba que las personas tendemos a caminar, ya bien sea por obligación pero sobre todo si es por placer, por aquellos lugares que nos resultan más bonitos y agradables a los sentidos. Afirmación completamente cierta pero con matices, él explicaba aquello desde su posición privilegiada en esta sociedad patriarcal; lo cierto es que las mujeres tendemos más a caminar por lugares que nos resultan gratos, sí es verdad, pero una vez que han pasado la criba de ser percibidos como lugares seguros.

Accesibilidad

Según el esquema descrito en las primeras líneas de este texto, nos faltaría hablar de la accesibilidad urbana.

Por una parte, es un aspecto que se puede entender como transversal a los dos ya estudiados, sin embargo, sí convendría hacer una pequeña referencia a lo que se ha dado en conocer, en los últimos tiempos, como ciudades pincho y que atañe, de forma directa a este concepto urbano.

Como ya sabemos, o nos podemos imaginar, este apelativo sirve para denominar las nuevas estrategias urbanas encaminadas a dificultar, hasta el extremo, el libre uso del espacio urbano porparte de las personas sin techo o, en general, de cualquiera que no esté por la labor de tener que pagar por estar sentada en la calle. Es decir, además de todos los problemas de accesibilidad que acusan nuestras ciudades hoy en día, añadimos esta nueva vuelta de tuerca que no hace más que ahondar en la deshumanización de la que hablábamos con anterioridad: grandes superficies de hormigón, jardines secos, bolardos, plazas sin bancos y fuera de escala, riberas de ríos inaccesibles…

Entre todo esto… perdón pero… ¿dónde me puedo sentar a comer un bocadillo? ¿me mirará usted muy mal desde su mesita en una terraza que se come toda la acera? ¿me lanzará un piropo no pedido cuando esté intentando abrir el portal de mi casa? Queda claro que la accesibilidad mal trabajada, también conduce a generar jerarquías (sentido de pertenencia – vulnerabilidad e inseguridad) a acentuar y crear barreras simbólicas en la ciudad.

Por ende, si recordamos lo que decíamos antes acerca de los cuidados y de cómo es a las mujeres a las que se nos prepara para llevarlos a cabo desde bien pequeñas, los recorridos poligonales estudiados en el apartado de movilidad, se volverán aun más complicados si no tenemos un sitio donde parar que no sea dentro de una superficie comercial, o si nos vemos obligadas a tener que hacer giros imposibles con carritos de bebé o de la compra.

Clara Fdez. Sánchez.

 

Bibliografía

– Benabent, M. (2006). La Ordenación del Territorio en España. Evolución del concepto y de su práctica en el siglo XX. Sevilla. Ed.: Junta de Andalucía – Universidad de Sevilla.

– Campos, A. (2013). Arqueertectura. Construcción de lo post-familiar. Gente Rara 6, [en línea: http://issuu.com/genterara/docs/gr06 visitado el 21 de agosto 2015].

– García, S. (2012). Laboratorio de Urbanismo. Blog. [en línea: https://laboratoriodeurbanismo.wordpress.com/ visitado el 18 de agosto 2015].

– Gigosos, P., Saravia, M. (2010). Urbanismo para náufragos. Madrid. Ed.: Fundación César Manrique.

– Jacobs, J. (2011). Muerte y Vida de las Grandes Ciudades. Madrid. Ed.: Capitán Swing Libros.

– Pérez, A. (2014). Subversión de la Economía Feminista. Aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Madrid, España. Ed.: Traficantes de Sueños.

– Sassen, S. (2003). Contrageografías de la globalización. Género y ciudadanía en los circuitos transfronterizos. Madrid. Ed.: Traficantes de Sueños.

– Smith, N. (2012). La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación. Madrid. Ed.: Traficantes de Sueños.

Nuestra obsoleta mentalidad de mercado.

Uno de los atributos básicos cuando nos referimos a colapso es el carácter irreversible de los forzados cambios generalizados que se dan en el propio proceso, una característica que lo diferencia del término crisis. Entendiendo que en el colapso de una estructura global como es nuestra civilización, los cambios políticos, sociales, económicos y ambientales se manifestarán con sus peculiaridades según que regiones, y habiendo asumido ya en este blog que estamos colapsando, bien es cierto que nos encontramos en las primeras fases de un proceso que durará varios años, si no décadas, y que lo que nos motiva aquí es permear nuestras mentes para colapsar tan sana y dignamente como sea posible. 

Pero ahora que nos encontramos en plena crisis sanitaria, que incide aún más en la ya asumida crisis ecosocial, salvando las distancias podríamos concedernos pensar esta situación como un ensayo particular de colapso más avanzado del que podríamos conocer hasta ahora, al menos en nuestras geografías. Podemos pensarlo así pues parece que tiene componentes del proceso, pues es dudosa (que no deseable) una vuelta a la normalidad.

Desde los límites evidentes de analizar la situación exclusivamente desde un prisma, me gustaría pensar hoy esta situación desde el punto de vista de nuestra dependencia de los mercados globales en los distintos ámbitos de nuestra vida. Ya en la primera mitad del siglo pasado Karl Polanyi hablaba de “nuestra obsoleta mentalidad de mercado”, apoyándose en su visión de la modernidad propuesta en la gran transformación. Procurando ser breve, él categoriza la tipología de nuestras relaciones en lo que llama “formas de integración”. Son tres: reciprocidad, redistribución e intercambio. Así entendemos que la reciprocidad denota movimientos entre puntos correlativos de agrupaciones simétricas, por ejemplo las relaciones de parentesco o vecindad que crean situaciones en las que sus miembros practiquen algún tipo de mutualidad; la redistribución designa movimientos de apropiación hacia un centro, y luego nuevamente hacia fuera, veasé modelos de organización como el del amplio espectro comunista (de cuya manifestación centralizadora y vanguardista, reniego), o la renta básica, el principio es recolectar hacia dentro y distribuir desde este; y el intercambio se refiere aquí a los movimientos viceversa que se llevan a cabo entre manos en un sistema de mercado generador de precios y está orientado a generar un precio tan favorable como sea posible para cada una de las partes. Es difícil poder utilizar las formas de integración para clasificar como un todo las economías empíricas, pues estas se dan juntas en diferentes niveles y sectores de la economía, y es necesario entenderlas no sólo a partir de relaciones interpersonales (individuales), sino que el efecto integrador está condicionado por determinados arreglos institucionales y estructurales que luego sí favorecen las formas de nuestras relaciones. Es decir, en un sistema capitalista como el que vivimos, en el que gran parte de los ámbitos de la vida se ven mercantilizados y sujetos a arreglos legales, relacionarnos en formas de integración distintas al intercambio resulta prácticamente imposible dentro de sus lógicas.

Así, mientras la estructura del capitalismo sigue creciendo, prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida se ven fagocitados por esta lógica: la alimentación, el trabajo, la vivienda, la obtención de bienes básicos y nuevas necesidades materiales, la cultura, incluso nuestro “ocio” o “tiempo libre”. De este modo, nos encarnamos sujetos profundamente dependientes de los mercados globales, y cuando estos (por sus propias contradicciones internas) entran en crisis o colapsan, las vidas de la mayoría se resienten con mayor o menor severidad. ¿Podríamos decir que aquellas personas que tienen más ámbitos de su vida dependiendo del mercado se ven más afectadas por el propio colapso? Por supuesto, sin dejar de lado cuestiones de clase, género, raza; me atrevería a decir que sí.

En lo práctico, y generalizando, parece que el “ensayo de colapso” que estamos viviendo está afectando y podría afectar con mayor intensidad a aquellas que habitan las grandes urbes, espacios que para su metabolismo necesitan enormes insumos energéticos y materiales y por ende, son más dependientes del mercado. Ya se está avisando de la posibilidad de desabastecimiento de bienes alimenticios, es evidente que quienes tengan acceso a una huerta suficientemente grande ya sea propia, de su comunidad o de su vecino, tendrán asegurado algo que llevarse a la boca en condiciones de escasez. O por ejemplo, en un hipotético problema de suministro energético, aquellas que calienten su casa con la madera recogida de los bosques no pasarán frío en el invierno (aquí en la estepa castellana, el frío puede durar hasta bien entrado mayo). Son dos pequeños ejemplos que nos pueden ayudar a pensar en nuestra soberanía y prioridades en distintos ámbitos de la necesidad, aunque si de verdad queremos entendernos como soberanos de nuestras necesidades, como bien dice Karl Polanyi, las formas de integración no bastan con nuestras meras correspondencias del comportamiento personal, sino que, como ser social, necesitamos de estructuras que soporten formas de integración más sanas y equilibradas.

Ahora que muchas van a perder sus trabajos, o ver reducido su poder adquisitivo, del que fundamentalmente se depende para la reproducción de nuestras vidas, ya sea por necesidad o por prevención, quizás sea un buen momento para pretender organizarnos y relacionarnos transformando nuestras interacciones con el entorno y nuestros semejantes. Ante la situación actual, son buenas noticias muchas de las respuestas que se están dando en diversos grupos o sectores sociales que se articulan desde la acción directa. Ejemplos son, la explosión de redes de apoyo para grupos desfavorecidos y de riesgo a lo largo del territorio; la recién declarada huelga de alquileres, organizada en más de 50 comités de huelga; hemos visto a personal sanitario que ante el silencio de las gerencias se han visto obligados a autoorganizarse y tomar decisiones en cuanto a la gestión de recursos y elaboración de protocolos; o como distintos colectivos de artistas se están federando para repensar su sector y organizarse para hacer frente a las circunstancias. Hablemos de esto con nuestros familiares, amigos, vecinos y unámonos. Cuando la eventualidad del confinamiento pase, mantengamos esas dinámicas de relación, desde la base, descentralizadas, simétricas, autónomas y autoorganizadas, observemos otras realidades ya en curso que generalmente viven en los márgenes y desafían las lógicas homogéneas y proyectémonos en ellas con la fuerza y el sustento que nos confiere el grupo, antes que una vuelta a nuestras vidas individualizadas, al capitalismo salvaje. Entendamos las circunstancias. Puede que este germen pueda extender esas otras formas de integración, recíprocas y distributivas, que nos liberen de las cadenas de los mercados globales. Aprovechemos la coyuntura y prevengamos las desavenencias que vienen y las que ya están, permitámonos habitar este momento histórico activamente con tanta dignidad y humanidad como sea posible.

Karl Polanyi llegó a decir que “estamos ideológicamente desarmados” ante lo que entiende como el “trauma del mercado”. Quiero pensar que estuviera equivocado, a(r)mémonos y pongámonos en movimiento.

Salud

Javier León Mediavilla

La quiebra de la normalidad. Perspectivas decrecentistas.

Tras dos semanas de confinamiento creo que se puede afirmar con rotundidad. Se ha roto la normalidad. Muchas voces son las que esperan que todo esto acabe y ansían la vuelta a la misma, pero, más allá de lo deseable o no de volver ¿se va a poder dar vuelta atrás?

Cuando se reestablezca nuestra libertad de movimiento, nos daremos de frente con una crisis económica que se anticipa de dimensiones superiores a la de 2008, que va a comprometer en mayor o menor medida la continuidad de muchas de nuestras rutinas previas. Lo que está claro es que el sistema, hace cada vez más evidentes sus contradicciones internas y que tal cual lo conocemos no funciona saludablemente (o sólo lo hace para unos pocos). Más allá de lo económico, esta situación tiene importantísimas consecuencias en lo social y ambiental, pues en estos últimos años no hemos visto más que el deterioro continuado de ambos ámbitos; y en la medida en que el capitalismo avanza y sus límites se van haciendo más evidentes, también se encarna en un sistema más excluyente. Adelante, apoyado entre otras fuentes de este excelente informe de Ecologistas en Acción, pretendo dibujar brevemente distintos horizontes o tendencias de posibles escenarios que podamos encontrar y que probablemente se manifiesten en los próximos tiempos; muchas veces de forma híbrida y con diferencias según contextos geográficos. Los polos de los que vamos a hablar son: A. Bussines As Usual (prefiero llamarlo el “nada cambia” o el “todo sigue igual”), B. el ya famoso Green New Deal y C. el Decrecimiento.

A. “Todo sigue igual”.

Probablemente la opción más cara atendiendo a la crisis ecosocial en la que estamos inmersos. Presenta una incompatibilidad sistémica que se ve abocada a ahondar aún más profundamente en los problemas de nuestro momento histórico y supone una continuidad del capitalismo fosilista y de dinámicas de las últimas décadas, la dichosa normalidad.

Lo cierto es que en estos 12 años desde el batacazo económico del 2008, poco o nada se ha hecho para evitar lo que sería una nueva quiebra de los mercados bursátiles. Más bien se han aplicado las mismas reglas al juego, acompañado de rescates a la banca y paquetes de recorte social . El caso es que en 2017 ya se había acumulado más deuda absoluta que la que había en 2008 y no ha parado de aumentar, a lo que hay que sumar otros muchos factores, como puedan ser los límites palpables de la extracción de determinadas materias primas, especialmente de petróleo y su consecuente dañado sector, que va reduciendo sus inversiones. En el caso de los Estados Unidos, la industria del fracking está fuertemente dañada, más bien moribunda, un negocio ruinoso del que ya se lleva tiempo avisando que podría desencadenar una nueva crisis financiera. El sistema económico ya se encontraba en una situación de cada vez mayor fragilidad y la situación creada por el coronavirus ha sido la gota que ha colmado el vaso.

No sabemos cómo derivarán las medidas político-económicas para resolver esta nueva crisis, pero observando las tendencias, no parece que vayan a emprender transformaciones radicales en el modelo. A pesar de la disminución en la extracción y disponibilidad del petróleo, lo cierto es que no hay otro material que pueda competir con él en cuanto a versatilidad y tasa de retorno energético. Éste se seguirá quemando, aunque con limitaciones en la disponibilidad y que probablemente se relacione con un aumento del precio del barril. Esto es “la normalidad”: crisis recurrentes, creciente exclusión y emisiones a paladas.

Así, en este escenario, las consecuencias serán inasumibles en términos ecosociales, pudiendo derivar en lo político en escenarios ecofascistas. Es decir, regímenes autoritarios que posibiliten que cada vez menos personas (aquellas con poder económico y/o militar), sigan sosteniendo su estilo de vida, acaparando recursos a costa de que el resto no pueda acceder a los mínimos materiales de existencia digna. Derivas que progresivamente podemos identificar en la actualidad.

B. Green New Deal

El Green New Deal responde a un imaginario de transformación basada fundamentalmente en el uso de renovables hasta descarbonizar el metabolismo de la economía, acoplado con el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs). Cada vez más, lo encontramos encarnado en campañas políticas o en imágenes de multinacionales que se ponen la chaqueta verde, como podemos ver en las distintas cumbres del clima. Está muy ligado a la confianza casi religiosa en el desarrollo tecnológico. Este modelo tecnoidólatra tiene una contradicción básica, ya que pretende mantener el crecimiento económico (sostener por tanto las lógicas del capital) y de nuevo se topa con los límites físicos del planeta.

Si nos centramos en la producción de energía, las renovables no van a poder ofrecer las prestaciones que da la energía fósil, ya que presentan limitaciones en varios vectores, algunos de los cuales pasamos a analizar.

Por un lado, la tecnología de la que se dispone podría llegar en condiciones óptimas a asegurar en torno al 50% de la energía que se consume en la actualidad a nivel global, y sus limitaciones son principalmente físicas, no pueden competir con la energía neta que ofrecen los combustibles fósiles.

Además, hay que tener sólo en torno al 15-20% de la energía que se utiliza actualmente es eléctrica, el resto proviene de la combustión fósil, por lo que habría que electrificar muchos ámbitos como puedan ser la movilidad o la industria. Esto supone una inversión faraónica en infraestructura (maquinaria, automóviles…), que necesitaría cantidades brutales de materiales, de los cuales simplemente ya no hay suficientes reservas en el planeta. Un ejemplo puede ser el cobre, cuyo mayor productor, Chile, está viendo reducida su capacidad, pues ha dejado de crecer en su extracción hará unos 5 años, mientras que, simultáneamente, cada vez demanda mayores dosis de energía, ya que las “mejores” minas se están agotando. Sin cobre, no se puede electrificar a tales niveles el globo, de nuevo nos topamos con límites físicos.

Es necesario entender que a la extracción de materiales, fabricación e instalación de plantas energéticas renovables y modificaciones en la infraestructura productiva se seguirían necesitando ingentes cantidades de tiempo y energía fósil para su puesta en marcha o el impacto natural en los ecosistemas, nos encontramos ante un proyecto poco realista, si no quimérico.

Respecto a la movilidad eléctrica: para generar un parque automovilístico como el actual, encontramos limitaciones como la de incrementar la disponibilidad de otras materias primas como son el litio o el níquel. Los coches eléctricos tienen menor autonomía que los de combustión y habría mayor necesidad de “electrolineras” que de las actuales gasolineras, se tendría que desarrollar la infraestructura de surtidores y su cableado. Además, sus baterías tienen una vida útil limitada. Por otro lado, vehículos pesados (camiones, maquinaria agrícola) son aún desafíos tecnológicos si se pretende alcanzar las prestaciones que ofrecen los de combustión.

Por otro lado, la idea de que la innovación de las TICs, encarnadas en “el internet de las cosas” o las smart cities, suponen una desmaterialización del mundo digital, es simplemente falaz, ya que son profundamente dependientes de materia (ordenadores, móviles, servidores…) y energía tanto las necesidades para su fabricación como en uso.

Teniendo en cuenta lo anterior, y habiendo dejado de lado otros tantos factores, nos encontramos ante un horizonte difuso. Se basa fundamentalmente en la transformación técnica de nuestro metabolismo social, no plantea un cambio en la lógica capitalista, aunque se pudiera aproximar a corto plazo a medidas keynesianas de inversión pública y/o mayor control institucional, sin cuestionar de manera sustancial el papel del Estado. Pensando en términos globales, por un lado, no se contempla la restricción en la disponibilidad de materiales y energía, pero observando las circunstancias, el acceso a según que bienes, quedaría restringido a unas pocas manos, por lo que parece seguir por el camino de la exclusión del apartado anterior. Por otro lado, las dificultades técnicas, las limitaciones materiales, la energía fósil a invertir y el tiempo necesario para tal transformación hacen de esta opción, como poco, insuficiente para atajar la urgente crisis ecosocial en la que nos vemos inmersos.

C. Perspectivas decrecentistas.

Desde el decrecimiento se contempla que sólo un sistema no capitalista puede sostener sociedades que puedan hacer frente a esta crisis ecosocial. Para ello, es vital caminar un proceso de descomplejización, descentralización y desmercantilización de la población para ganar progresivamente cuotas de autonomía en lo económico, político y social, que permitan vivir en convivencia con los ecosistemas y regenerar los mismos.

La articulación de proyectos autogestionarios, que analizando las necesidades ecosistémicas y sociales, desarrollen actividad económica que satisfagan las diferentes áreas, serán cruciales. El trabajo, deberá ser radicalmente transformado, por un lado en su relación contractual, hacia modelos colectivos o cooperativos y por otro, en el propio sentido en el que se ponen los esfuerzos, pues actualmente un buen pedazo de la población puede reproducir sus vidas gracias a empleos socioambientalmente poco deseables. La creación de espacios de encuentro y decisión desde la base que favorezcan una politización colectiva para, en definitiva, organizar la vida, pueden verse articulados por colectivos o instituciones paraestatales, autónomas y federalistas.

Podemos imaginar múltiples modelos en los que organizar las “nuevas sociedades”, muchas veces encontramos algunos proyectos en distintos márgenes del sistema, su carácter autónomo permitirá la adaptación a las necesidades concretas de cada territorio. A continuación, dejo algunas de las ideas que suelen manejarse, muchas de ellas ya se están materializando en distintos estadios de desarrollo.

Es evidente que aunque debamos reducir notablemente el consumo energético, plantearnos sociedades no dependientes en cierta medida del mismo, son difíciles de imaginar. Las renovables organizadas en forma de cooperativas, cuya producción pueda ser localizada geográficamente es una opción interesante. Junto al pueblo en el que vivo, existe un pequeño salto de agua asociado a un molino hidroeléctrico abandonado; la recuperación de instalaciones de este tipo es perfectamente realizable. Ya existen cooperativas con estas tendencias que sería deseable fuesen cogiendo fuerza.

En el ámbito agroalimentario y forestal, es urgente transitar a modelos agroecológicos, no dependientes de la combustión fósil, necesitarán más manos, su convivencia con los ecosistemas favorece la regeneración de los mismos, permitiendo el desarrollo de una economía circular. La restauración ecológica es una tarea importante. El aumento de las masas forestales, los bosques vivos, además de hacer de sumideros de CO2, ofrecen muy diversos servicios ecosistémicos.

La demanda energética de la actual actividad industrial pone en serias dudas la continuidad de la misma en un escenario de emisiones cero soportado por renovables, por lo que una reconversión al artesanado, organizado en modelos similares a las sociedades gremiales, podría ser un punto a tener en cuenta.

Las tareas de cuidados han de ser revisadas también, se calculan actualmente un 53% de horas de trabajo (no remuneradas) y recaen de manera muy desigual sobre la mujer. Un reparto de las mismas es esencial en un contexto socialmente justo. Estrechar los lazos comunitarios de apoyo mutuo puede permitir otra organización de los mismos, orbitando en ámbitos como la crianza, la dependencia o la salud.

En cuanto a la vivienda, en el estado español hay más de tres millones de viviendas vacías, pudiendo invertir esfuerzos en su redistribución y rehabilitación, garantizando el acceso universal a la misma. En el caso de necesitar nuevas construcciones, los criterios bioclimáticos, ofrecen alternativas perfectamente sustentables.

Respecto al transporte, la transformación ha de ser enorme, pues la movilidad en estos días es monumental. Tener un vehículo propio será (ya es) un lujo, el parque automovilístico se reducirá considerablemente. En las ciudades, la movilidad a pie, en bicicleta y transporte público (preferentemente tren) parecen las posibilidades. Los barrios han de hacerse multifuncionales y los principales flujos serían cortos, entre pueblos y ciudades. Las comunicaciones a media y larga distancia, electrificadas, se verán reducidas también así como la velocidad de las mismas.

Teniendo en cuenta lo anterior, todo apunta a la necesidad de una tendencia a la ruralización, a una dispersión demográfica que permita el desarrollo de estos y otros tantos proyectos en economías circulares y locales, para hacerse cargo tanto de las necesidades sociales como ambientales.

Asumiendo que ha quebrado la normalidad, y que a mi ver, no es muy deseable emitir esfuerzos en volver atrás, esta crisis que nada más está arrancando, supone una oportunidad para proyectarnos de otro modo y para ponernos en marcha. Se han dado unos apuntes de los caminos a transitar desde la perspectiva del decrecimiento. Es un desafío mayúsculo que supone un cambio radical en nuestras mentes, relaciones, expectativas… Desde luego no es fácil, por nuestras propias resistencias individuales, por los problemas organizativos a distintas escalas y porque en frente encontraremos mucha resistencia, ya que, en definitiva, la sociedad capitalista está estructurada piramidalmente y las capas superiores son activamente contrarias a ceder sus privilegios, es una guerra de clases, viejo término, pero que sigue patente. La estrategia es importante, y pudiendo haber distintas vías, debemos caminar hacia ganar cuotas de autonomía en organizaciones que satisfagan nuestras necesidades desde perspectivas de organización horizontal, desde la base, los feminismos y el ecologismo social.

Salud

Javier León Mediavilla

Lo Rural frente al Estado (de emergencia)

Quienes vivimos en lo rural, en lo rural marginal, somos ajenas a los estados de emergencia. Desde que vine a vivir aquí, siempre he estado feliz de la libertad tan amplia y en tantos sentidos que me da habitar un sitio así. Y en estos días el contraste es aún más evidente.

Aquí no existe el confinamiento, es inviable. El control del Estado no llega, ni llegará. No hay efectivos para controlar los miles de pueblos pequeños en lo rural. Los virus pueden llegar, sí, perfectamente, pero no el Estado. Aquí seguimos yendo al huerto, a pasear, a cortar leña, a arreglar un camino o un muro, nos encontramos en las puertas o en la plaza… Las precauciones las tomamos, como en cualquier sitio, distancias seguras, nada de contacto físico entre vecinas… Pero la libertad la conservamos, sobre todo la de movimiento.

Aquí la vivencia es muy diferente. Si no fuera por los medios de comunicación, no sabríamos nada de lo que está pasando. Y es que tenemos la costumbre generalizada de tener la compra hecha para varias semanas, de ser previsoras con las necesidades. Cuando tu tienda más cercana está a media hora en coche, no te queda más remedio. Además, la tierra nos provee de mucha comida y las despensas están llenas de alimentos de la huerta y conservas.

Me alegra mucho ver cómo en estos días están apareciendo como setas cientos de redes de apoyo mutuo autónomas por las ciudades de toda la península. Algunas ya existían, otras se han creado de la nada, incluso a nivel de barrios, calles o edificios.

Resulta realmente curioso cómo muchas de estas acciones que están llevando a cabo, son cosas que en lo rural realizamos en lo cotidiano: hacer la compra a las vecinas, ir a la farmacia, preocuparse por ellas, aprovechar desplazamientos, preguntar necesidades… En definitiva, cuidarnos. Son cosas que se han perdido, de manera interesada y provocada, por un sistema cruel; en pro de un individualismo desmedido.

Muchas personas se han mudado a los pueblos, escapando del confinamiento en ciudad. Muchas personas han decidido habitar esas «segundas residencias» que permanecen abandonadas salvo en momentos puntuales. Muchas son las que han recordado las posibilidades de lo rural. Un mundo que no ha conseguido escapar por completo al avance incontrolado de la civilización moderna, pero que se mantiene en otra época. En un escenario más «decrecido». Y es que desde una perspectiva de colapso sistémico del mundo, tal cual lo conocemos, aquí hay muchas posibilidades para la vida.

Lo rural nos ofrece este espacio salvaje, de libertad y de comunidad que hemos despreciado mucho tiempo, pero que aún estamos a tiempo de recuperar. Lo rural no se puede controlar tan fácilmente, los márgenes son resistencia. La autogestión es vida.

Tenemos una situación nueva ante nosotras que nos va a afectar de diversas maneras, la fragilidad de este sistema se hace palpable más que nunca y nos vamos a necesitar. Ojalá que podamos aprovechar esto y que el apoyo mutuo y la solidaridad que llevamos dentro florezca y enraíce para quedarse, ojalá que estemos ahí para cuidarnos.

Con amor desde lo rural.

Algarrobo

Pandemias y Capitalismo

En este periodo de confinamiento y crisis sanitaria global, nos estamos encontrando con múltiples tratamientos sobre el supuesto origen del SARS-COV-2 que con frecuencia responden a distintos intereses. Desde las comunicaciones oficiales que lo tratan de catástrofe “inesperada” a las publicaciones más conspiratorias que hablan de la creación del virus en laboratorios con fines biopolíticos. Estas cuestiones, más allá de la inocencia o no de las mismas, arrojan más sombras que luces sobre el problema. Aquí pretenderemos encender algunos candiles, que tendrán más que ver con lo estrictamente biológico del evento que con las consecuencias sanitarias o económicas que quizás tratemos en otro momento.

El SARS-COV-2, que genera la enfermedad COVID-19, es producto de una zoonosis, es decir, el “salto” de un virus que típicamente tiene un huésped animal específico a otro huésped de otra especie animal, en este caso al humano. La zoonosis es un evento relativamente normal en biología que lleva existiendo millones de años y supone un salto evolutivo para el virus. Tenemos que entender que gran parte de los virus tienen relativamente altas tasas de mutación cuando se replican, que más allá de suponerles un problema les confiere una ventaja evolutiva como en este caso, la preadaptación para “saltar” a nuevas especies huéspedes. Ejemplos que conocemos son algunas cepas de la gripe como las que originaron los brotes de gripe porcina, aviar o probablemente la gripe española de 1918, el MERS o SARS, también de la familia coronavirus, el ébola cuyos reservorios principales son murciélagos y otros primates o el propio VIH, que probablemente mutase y se estableciese en humanos a partir del virus del síndrome de inmunodeficiencia en simios (VIS). Estas zoonosis en ocasiones vienen para quedarse y en un principio es fácil que causen grandes problemas en la salud pues nuestro sistema inmune nunca se ha expuesto a nivel poblacional a estos nuevos agentes.

¿Cómo se relacionan las zoonosis con el capitalismo? Este reciente estudio es uno de los primeros que hace esta relación. Bien se entiende que los profundos cambios ambientales relacionados con la crisis climática que los humanos estamos infiriendo en nuestro planeta, ya sea por la devastación y modificación de ecosistemas salvajes o por las dinámicas generales del cambio climático, están cambiando las distribuciones de las poblaciones y comunidades animales en el entorno, cuestión que se está viendo acelerada con el tiempo. Así, las poblaciones salvajes migran con cada vez más intensidad hacia “refugios” naturales, que en muchas ocasiones son zonas más templadas buscando nuevas latitudes y alturas, y más concretamente estos puntos calientes coinciden con áreas muy densamente pobladas por humanos. Junto con la migración de la fauna, viajan los patógenos a nuevos ecosistemas fomentando sus oportunidades evolutivas. Además de las circunstancias de la fauna salvaje, hay que añadir las de la fauna doméstica de explotación, la ganadería, especialmente la ganadería industrial en auge, que aumenta considerablemente este riesgo, debido a sus condiciones de hacinamiento, su amplia distribución por el globo y su muy limitada variabilidad genética que en aras de la producción, hace de estas “poblaciones” especialmente sensibles a las enfermedades infecciosas.

Muchos saltos zoonóticos ocurrirán probablemente entre el mundo animal salvaje y queden inadvertidos, pero como estamos viendo, una fracción de ellos llegará a la especie humana, cada vez con más frecuencia. Su establecimiento depende de las oportunidades y la compatibilidad, análogos a la exposición y susceptibilidad, multivariables que hacen difícil predecir estos eventos de forma absoluta, pero como bien advierten los modelos del artículo anteriormente citado, el riesgo es suficiente como para que cada vez con mayor frecuencia estos eventos afecten al ser humano.

Por tanto, tratar de inesperadas o imprevistas situaciones como la actual supone esquivar nuestra responsabilidad en el asunto. Culpar a estructuras conspiratorias nos puede evocar a la inacción puesto, sean ciertas o no, obstruyen el foco. La lógica del capitalismo arrasa con todo, y éste es otro ejemplo de que los límites físicos del planeta están a la vuelta de la esquina, si es que no se han rebasado ya y sin saberlo, estamos en caída libre. Si ya sobraban razones, ya fueran morales o de necesidad, para virar radicalmente hacia escenarios socioeconómicos decrecentistas de base, que entiendan el ser humano como un factor más en una biosfera que para estar sana, ha de encontrarse en equilibrio, aquí tenemos un motivo más para reforzar esas prácticas. En el momento histórico que nos encontramos, la conservación de la vida tiene carácter de urgencia, la manera de afrontarlo evidenciará la naturaleza de nuestro ser individual y social.

Salud

Javier León Mediavilla

Colapsando

Iniciamos este proyecto. Personas motivadas por la posibilidad de compartir desde lo colectivo, con intención de transmitir y aprender generando contenido crítico que nos aleje de la vorágine de la actualidad y nos permita pensarnos a nosotras mismas de forma reposada. Este blog, surge de la necesidad de expresarnos, de volcar inquietudes en distintos formatos, que podrán ser estos manuscritos, en formato virtual, papel, fanzine, radio o audiovisual, quién sabe. Esperamos nos ayude, tanto a quienes participen en este proyecto abierto como a quienes lleguen a leerlo, a reforzarnos en lo cotidiano y a hilvanar afinidades que abran redes en lo social donde practicar más ricamente la solidaridad y el apoyo mutuo.

¿Colapsando? Sí, hay razones suficientes para asumir la idea de la crisis civilizatoria de la que nos vemos inmersos. La civilización hace años tiene la categoría de global. Sólo unas pocas comunidades mantienen sus costumbres, maneras o identidades pretéritas. El resto, nos vemos inmersos en un mundo regido por la lógica del capital, de teleología infinita en un mundo finito, que fagocita todos los ámbitos de la vida social y personal, con fetiches como la propiedad privada y el vaivén de mercancías en una economía de mercado global, donde todo se puede comprar y vender. Presenta un metabolismo en continua aceleración, absolutamente dependiente de las materias primas que expoliamos del planeta, especialmente de los combustibles fósiles, y que, por cierto, se están acabando. Ya hemos llegado al zénit de producción (mejor dicho, de extracción) de materias primas como el petróleo, plomo, potasio, fósforo, mercurio, telurio, titanio, selenio, circonio, renio, galio… y en pocos años llegaremos al de otras como el carbón, gas natural, cobre o estaño, si es que no se han alcanzado ya.

A pesar de estos límites físicos evidentes, el sistema económico ha encontrado la manera de seguir creciendo gracias a la financialización de la economía. Esta cuestión la vemos más próxima al inocente (que de inocente nada) pensamiento religioso que a la racionalidad de la que esta lógica se presume como heredera de la ilustración. El desplome, antes o después, es inevitable. Atendiendo a lo anterior, en un sueño utópico en el que el ser humano lograse echar el freno y extirparse la lógica del capital, el aterrizaje podría ser relativamente cómodo, ayudándonos de antiguos saberes y formas de vida que, sin llegar a replicarlos pues el contexto y la historia no nos lo permitiría, podríamos adoptar formas de vida más simples, austeras, en convivencia con la naturaleza, descomplejizando, descentralizando y desglobalizando este mundo. Sin embargo, está otra cuestión inevitable, el cambio climático.

Escribo esto la semana en la que aparece la noticia (eclipsada por el asunto del coronavirus) de la aparición de enormes lagos en Groenlandia que ha alcanzado los 18ºC, probablemente los inuit hayan tenido la oportunidad de desempolvar los pantalones piratas y la manga corta. Más allá de esta eventualidad, que podría simplificar el problema, el cambio climático es una cuestión de primer orden que además es difícil predecir con precisión quirúrgica ya que en absoluto se desarrolla de forma lineal. Las múltiples variables de las que depende se ven interrelacionadas mediante retroalimentaciones positivas que implican que aceleran los cambios y pasado cierto punto (que se predice próximo) el cambio en el clima no tendrá retorno. Así pues, estamos modificando la naturaleza biogeoquímica del planeta. Considerando una de las principales variables, la composición de la atmósfera está experimentando un aumento en la concentración de gases de efecto invernadero de origen antrópico. No existe simplemente una relación lineal entre aumento de estos gases y de temperatura, sino que consecuencias de este aumento incrementan el problema, como el derretimiento del permafrost que está liberando grandes cantidades de metano, el deshielo de los casquetes polares que está provocando, además de la subida del nivel del mar, el calentamiento de los océanos, con sus consecuentes modificaciones en las dinámicas de las corrientes marinas que a su vez afectan directamente a los eventos meteorológicos que definen el clima, por poner algunos ejemplos. La situación es más compleja de lo que a priori se puede intuir y la vida en nuestro planeta, ya notablemente maltrecha, sufrirá profundos cambios si no se mitiga la situación. En lo que nos compete como especie, entendiendo que somos interdependientes del medio y nuestros semejantes, no seremos la excepción al colapso.

Sabiendo que escribimos desde los privilegios de haber crecido en lo que llaman primer mundo, pretendemos que esto no nos suponga caer en alguna suerte de neocolonialismo, aunque nuestras limitaciones puedan hacernos evidenciar dejes similares. Somos conscientes pues, de que una parte gruesa de la naturaleza y la humanidad ya se encuentra en escenarios de colapso severos, escenarios que se desarrollan de manera diversa pues, aunque se trata de un proceso global, se manifiesta y manifestará de forma diferente según las particularidades de cada zona geográfica y sus circunstancias económicas, sociales y ambientales. Entendemos también que tenemos una responsabilidad individual que ha de construirse de forma colectiva y desde abajo, que podrá hacer que el aterrizaje, aunque forzoso, no acabe en siniestro total. Esta responsabilidad implica cambios profundos en nuestras vidas y en nuestra sociabilidad que nos ayuden a superar los grandes desafíos de este tiempo. Cada vez somos más quienes pretendemos desarrollar proyectos de vida paralelos que supongan alternativas al sistema. Ejemplos son las distintas experiencias autogestionarias y cooperativistas a menudo desde lo rural; la variedad de luchas y movimientos que parten de ideas libertarias, antidesarrollistas y/o desde el ecologismo social y ecofeminismo; explosiones prerevolucionarias que están dándose en distintas geografías; o materiales más reposados que llegan desde la academia o sus márgenes. Bien es cierto que estas realidades suelen tener carácter insular y existe una evidente carencia de redes efectivas que organicen estos ámbitos de acción. Organizarnos, es una tarea (que respetando la autonomía de los distintos grupos), sospechamos será de importancia en los tiempos que vienen.

Muchas flechas se han lanzado desde esta especie de declaración de intenciones. Esperamos poder tratar detenidamente éstas y otras realidades, circunstancias, reflexiones, sueños o rabias, en este proyecto que nace. Estamos colapsando, pero no somos simples espectadores.

Salud

Javier León Mediavilla