Uno de los atributos básicos cuando nos referimos a colapso es el carácter irreversible de los forzados cambios generalizados que se dan en el propio proceso, una característica que lo diferencia del término crisis. Entendiendo que en el colapso de una estructura global como es nuestra civilización, los cambios políticos, sociales, económicos y ambientales se manifestarán con sus peculiaridades según que regiones, y habiendo asumido ya en este blog que estamos colapsando, bien es cierto que nos encontramos en las primeras fases de un proceso que durará varios años, si no décadas, y que lo que nos motiva aquí es permear nuestras mentes para colapsar tan sana y dignamente como sea posible.
Pero ahora que nos encontramos en plena crisis sanitaria, que incide aún más en la ya asumida crisis ecosocial, salvando las distancias podríamos concedernos pensar esta situación como un ensayo particular de colapso más avanzado del que podríamos conocer hasta ahora, al menos en nuestras geografías. Podemos pensarlo así pues parece que tiene componentes del proceso, pues es dudosa (que no deseable) una vuelta a la normalidad.
Desde los límites evidentes de analizar la situación exclusivamente desde un prisma, me gustaría pensar hoy esta situación desde el punto de vista de nuestra dependencia de los mercados globales en los distintos ámbitos de nuestra vida. Ya en la primera mitad del siglo pasado Karl Polanyi hablaba de “nuestra obsoleta mentalidad de mercado”, apoyándose en su visión de la modernidad propuesta en la gran transformación. Procurando ser breve, él categoriza la tipología de nuestras relaciones en lo que llama “formas de integración”. Son tres: reciprocidad, redistribución e intercambio. Así entendemos que la reciprocidad denota movimientos entre puntos correlativos de agrupaciones simétricas, por ejemplo las relaciones de parentesco o vecindad que crean situaciones en las que sus miembros practiquen algún tipo de mutualidad; la redistribución designa movimientos de apropiación hacia un centro, y luego nuevamente hacia fuera, veasé modelos de organización como el del amplio espectro comunista (de cuya manifestación centralizadora y vanguardista, reniego), o la renta básica, el principio es recolectar hacia dentro y distribuir desde este; y el intercambio se refiere aquí a los movimientos viceversa que se llevan a cabo entre manos en un sistema de mercado generador de precios y está orientado a generar un precio tan favorable como sea posible para cada una de las partes. Es difícil poder utilizar las formas de integración para clasificar como un todo las economías empíricas, pues estas se dan juntas en diferentes niveles y sectores de la economía, y es necesario entenderlas no sólo a partir de relaciones interpersonales (individuales), sino que el efecto integrador está condicionado por determinados arreglos institucionales y estructurales que luego sí favorecen las formas de nuestras relaciones. Es decir, en un sistema capitalista como el que vivimos, en el que gran parte de los ámbitos de la vida se ven mercantilizados y sujetos a arreglos legales, relacionarnos en formas de integración distintas al intercambio resulta prácticamente imposible dentro de sus lógicas.
Así, mientras la estructura del capitalismo sigue creciendo, prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida se ven fagocitados por esta lógica: la alimentación, el trabajo, la vivienda, la obtención de bienes básicos y nuevas necesidades materiales, la cultura, incluso nuestro “ocio” o “tiempo libre”. De este modo, nos encarnamos sujetos profundamente dependientes de los mercados globales, y cuando estos (por sus propias contradicciones internas) entran en crisis o colapsan, las vidas de la mayoría se resienten con mayor o menor severidad. ¿Podríamos decir que aquellas personas que tienen más ámbitos de su vida dependiendo del mercado se ven más afectadas por el propio colapso? Por supuesto, sin dejar de lado cuestiones de clase, género, raza; me atrevería a decir que sí.
En lo práctico, y generalizando, parece que el “ensayo de colapso” que estamos viviendo está afectando y podría afectar con mayor intensidad a aquellas que habitan las grandes urbes, espacios que para su metabolismo necesitan enormes insumos energéticos y materiales y por ende, son más dependientes del mercado. Ya se está avisando de la posibilidad de desabastecimiento de bienes alimenticios, es evidente que quienes tengan acceso a una huerta suficientemente grande ya sea propia, de su comunidad o de su vecino, tendrán asegurado algo que llevarse a la boca en condiciones de escasez. O por ejemplo, en un hipotético problema de suministro energético, aquellas que calienten su casa con la madera recogida de los bosques no pasarán frío en el invierno (aquí en la estepa castellana, el frío puede durar hasta bien entrado mayo). Son dos pequeños ejemplos que nos pueden ayudar a pensar en nuestra soberanía y prioridades en distintos ámbitos de la necesidad, aunque si de verdad queremos entendernos como soberanos de nuestras necesidades, como bien dice Karl Polanyi, las formas de integración no bastan con nuestras meras correspondencias del comportamiento personal, sino que, como ser social, necesitamos de estructuras que soporten formas de integración más sanas y equilibradas.
Ahora que muchas van a perder sus trabajos, o ver reducido su poder adquisitivo, del que fundamentalmente se depende para la reproducción de nuestras vidas, ya sea por necesidad o por prevención, quizás sea un buen momento para pretender organizarnos y relacionarnos transformando nuestras interacciones con el entorno y nuestros semejantes. Ante la situación actual, son buenas noticias muchas de las respuestas que se están dando en diversos grupos o sectores sociales que se articulan desde la acción directa. Ejemplos son, la explosión de redes de apoyo para grupos desfavorecidos y de riesgo a lo largo del territorio; la recién declarada huelga de alquileres, organizada en más de 50 comités de huelga; hemos visto a personal sanitario que ante el silencio de las gerencias se han visto obligados a autoorganizarse y tomar decisiones en cuanto a la gestión de recursos y elaboración de protocolos; o como distintos colectivos de artistas se están federando para repensar su sector y organizarse para hacer frente a las circunstancias. Hablemos de esto con nuestros familiares, amigos, vecinos y unámonos. Cuando la eventualidad del confinamiento pase, mantengamos esas dinámicas de relación, desde la base, descentralizadas, simétricas, autónomas y autoorganizadas, observemos otras realidades ya en curso que generalmente viven en los márgenes y desafían las lógicas homogéneas y proyectémonos en ellas con la fuerza y el sustento que nos confiere el grupo, antes que una vuelta a nuestras vidas individualizadas, al capitalismo salvaje. Entendamos las circunstancias. Puede que este germen pueda extender esas otras formas de integración, recíprocas y distributivas, que nos liberen de las cadenas de los mercados globales. Aprovechemos la coyuntura y prevengamos las desavenencias que vienen y las que ya están, permitámonos habitar este momento histórico activamente con tanta dignidad y humanidad como sea posible.
Karl Polanyi llegó a decir que “estamos ideológicamente desarmados” ante lo que entiende como el “trauma del mercado”. Quiero pensar que estuviera equivocado, a(r)mémonos y pongámonos en movimiento.
Salud
Javier León Mediavilla