La quiebra de la normalidad. Perspectivas decrecentistas.

Tras dos semanas de confinamiento creo que se puede afirmar con rotundidad. Se ha roto la normalidad. Muchas voces son las que esperan que todo esto acabe y ansían la vuelta a la misma, pero, más allá de lo deseable o no de volver ¿se va a poder dar vuelta atrás?

Cuando se reestablezca nuestra libertad de movimiento, nos daremos de frente con una crisis económica que se anticipa de dimensiones superiores a la de 2008, que va a comprometer en mayor o menor medida la continuidad de muchas de nuestras rutinas previas. Lo que está claro es que el sistema, hace cada vez más evidentes sus contradicciones internas y que tal cual lo conocemos no funciona saludablemente (o sólo lo hace para unos pocos). Más allá de lo económico, esta situación tiene importantísimas consecuencias en lo social y ambiental, pues en estos últimos años no hemos visto más que el deterioro continuado de ambos ámbitos; y en la medida en que el capitalismo avanza y sus límites se van haciendo más evidentes, también se encarna en un sistema más excluyente. Adelante, apoyado entre otras fuentes de este excelente informe de Ecologistas en Acción, pretendo dibujar brevemente distintos horizontes o tendencias de posibles escenarios que podamos encontrar y que probablemente se manifiesten en los próximos tiempos; muchas veces de forma híbrida y con diferencias según contextos geográficos. Los polos de los que vamos a hablar son: A. Bussines As Usual (prefiero llamarlo el “nada cambia” o el “todo sigue igual”), B. el ya famoso Green New Deal y C. el Decrecimiento.

A. “Todo sigue igual”.

Probablemente la opción más cara atendiendo a la crisis ecosocial en la que estamos inmersos. Presenta una incompatibilidad sistémica que se ve abocada a ahondar aún más profundamente en los problemas de nuestro momento histórico y supone una continuidad del capitalismo fosilista y de dinámicas de las últimas décadas, la dichosa normalidad.

Lo cierto es que en estos 12 años desde el batacazo económico del 2008, poco o nada se ha hecho para evitar lo que sería una nueva quiebra de los mercados bursátiles. Más bien se han aplicado las mismas reglas al juego, acompañado de rescates a la banca y paquetes de recorte social . El caso es que en 2017 ya se había acumulado más deuda absoluta que la que había en 2008 y no ha parado de aumentar, a lo que hay que sumar otros muchos factores, como puedan ser los límites palpables de la extracción de determinadas materias primas, especialmente de petróleo y su consecuente dañado sector, que va reduciendo sus inversiones. En el caso de los Estados Unidos, la industria del fracking está fuertemente dañada, más bien moribunda, un negocio ruinoso del que ya se lleva tiempo avisando que podría desencadenar una nueva crisis financiera. El sistema económico ya se encontraba en una situación de cada vez mayor fragilidad y la situación creada por el coronavirus ha sido la gota que ha colmado el vaso.

No sabemos cómo derivarán las medidas político-económicas para resolver esta nueva crisis, pero observando las tendencias, no parece que vayan a emprender transformaciones radicales en el modelo. A pesar de la disminución en la extracción y disponibilidad del petróleo, lo cierto es que no hay otro material que pueda competir con él en cuanto a versatilidad y tasa de retorno energético. Éste se seguirá quemando, aunque con limitaciones en la disponibilidad y que probablemente se relacione con un aumento del precio del barril. Esto es “la normalidad”: crisis recurrentes, creciente exclusión y emisiones a paladas.

Así, en este escenario, las consecuencias serán inasumibles en términos ecosociales, pudiendo derivar en lo político en escenarios ecofascistas. Es decir, regímenes autoritarios que posibiliten que cada vez menos personas (aquellas con poder económico y/o militar), sigan sosteniendo su estilo de vida, acaparando recursos a costa de que el resto no pueda acceder a los mínimos materiales de existencia digna. Derivas que progresivamente podemos identificar en la actualidad.

B. Green New Deal

El Green New Deal responde a un imaginario de transformación basada fundamentalmente en el uso de renovables hasta descarbonizar el metabolismo de la economía, acoplado con el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs). Cada vez más, lo encontramos encarnado en campañas políticas o en imágenes de multinacionales que se ponen la chaqueta verde, como podemos ver en las distintas cumbres del clima. Está muy ligado a la confianza casi religiosa en el desarrollo tecnológico. Este modelo tecnoidólatra tiene una contradicción básica, ya que pretende mantener el crecimiento económico (sostener por tanto las lógicas del capital) y de nuevo se topa con los límites físicos del planeta.

Si nos centramos en la producción de energía, las renovables no van a poder ofrecer las prestaciones que da la energía fósil, ya que presentan limitaciones en varios vectores, algunos de los cuales pasamos a analizar.

Por un lado, la tecnología de la que se dispone podría llegar en condiciones óptimas a asegurar en torno al 50% de la energía que se consume en la actualidad a nivel global, y sus limitaciones son principalmente físicas, no pueden competir con la energía neta que ofrecen los combustibles fósiles.

Además, hay que tener sólo en torno al 15-20% de la energía que se utiliza actualmente es eléctrica, el resto proviene de la combustión fósil, por lo que habría que electrificar muchos ámbitos como puedan ser la movilidad o la industria. Esto supone una inversión faraónica en infraestructura (maquinaria, automóviles…), que necesitaría cantidades brutales de materiales, de los cuales simplemente ya no hay suficientes reservas en el planeta. Un ejemplo puede ser el cobre, cuyo mayor productor, Chile, está viendo reducida su capacidad, pues ha dejado de crecer en su extracción hará unos 5 años, mientras que, simultáneamente, cada vez demanda mayores dosis de energía, ya que las “mejores” minas se están agotando. Sin cobre, no se puede electrificar a tales niveles el globo, de nuevo nos topamos con límites físicos.

Es necesario entender que a la extracción de materiales, fabricación e instalación de plantas energéticas renovables y modificaciones en la infraestructura productiva se seguirían necesitando ingentes cantidades de tiempo y energía fósil para su puesta en marcha o el impacto natural en los ecosistemas, nos encontramos ante un proyecto poco realista, si no quimérico.

Respecto a la movilidad eléctrica: para generar un parque automovilístico como el actual, encontramos limitaciones como la de incrementar la disponibilidad de otras materias primas como son el litio o el níquel. Los coches eléctricos tienen menor autonomía que los de combustión y habría mayor necesidad de “electrolineras” que de las actuales gasolineras, se tendría que desarrollar la infraestructura de surtidores y su cableado. Además, sus baterías tienen una vida útil limitada. Por otro lado, vehículos pesados (camiones, maquinaria agrícola) son aún desafíos tecnológicos si se pretende alcanzar las prestaciones que ofrecen los de combustión.

Por otro lado, la idea de que la innovación de las TICs, encarnadas en “el internet de las cosas” o las smart cities, suponen una desmaterialización del mundo digital, es simplemente falaz, ya que son profundamente dependientes de materia (ordenadores, móviles, servidores…) y energía tanto las necesidades para su fabricación como en uso.

Teniendo en cuenta lo anterior, y habiendo dejado de lado otros tantos factores, nos encontramos ante un horizonte difuso. Se basa fundamentalmente en la transformación técnica de nuestro metabolismo social, no plantea un cambio en la lógica capitalista, aunque se pudiera aproximar a corto plazo a medidas keynesianas de inversión pública y/o mayor control institucional, sin cuestionar de manera sustancial el papel del Estado. Pensando en términos globales, por un lado, no se contempla la restricción en la disponibilidad de materiales y energía, pero observando las circunstancias, el acceso a según que bienes, quedaría restringido a unas pocas manos, por lo que parece seguir por el camino de la exclusión del apartado anterior. Por otro lado, las dificultades técnicas, las limitaciones materiales, la energía fósil a invertir y el tiempo necesario para tal transformación hacen de esta opción, como poco, insuficiente para atajar la urgente crisis ecosocial en la que nos vemos inmersos.

C. Perspectivas decrecentistas.

Desde el decrecimiento se contempla que sólo un sistema no capitalista puede sostener sociedades que puedan hacer frente a esta crisis ecosocial. Para ello, es vital caminar un proceso de descomplejización, descentralización y desmercantilización de la población para ganar progresivamente cuotas de autonomía en lo económico, político y social, que permitan vivir en convivencia con los ecosistemas y regenerar los mismos.

La articulación de proyectos autogestionarios, que analizando las necesidades ecosistémicas y sociales, desarrollen actividad económica que satisfagan las diferentes áreas, serán cruciales. El trabajo, deberá ser radicalmente transformado, por un lado en su relación contractual, hacia modelos colectivos o cooperativos y por otro, en el propio sentido en el que se ponen los esfuerzos, pues actualmente un buen pedazo de la población puede reproducir sus vidas gracias a empleos socioambientalmente poco deseables. La creación de espacios de encuentro y decisión desde la base que favorezcan una politización colectiva para, en definitiva, organizar la vida, pueden verse articulados por colectivos o instituciones paraestatales, autónomas y federalistas.

Podemos imaginar múltiples modelos en los que organizar las “nuevas sociedades”, muchas veces encontramos algunos proyectos en distintos márgenes del sistema, su carácter autónomo permitirá la adaptación a las necesidades concretas de cada territorio. A continuación, dejo algunas de las ideas que suelen manejarse, muchas de ellas ya se están materializando en distintos estadios de desarrollo.

Es evidente que aunque debamos reducir notablemente el consumo energético, plantearnos sociedades no dependientes en cierta medida del mismo, son difíciles de imaginar. Las renovables organizadas en forma de cooperativas, cuya producción pueda ser localizada geográficamente es una opción interesante. Junto al pueblo en el que vivo, existe un pequeño salto de agua asociado a un molino hidroeléctrico abandonado; la recuperación de instalaciones de este tipo es perfectamente realizable. Ya existen cooperativas con estas tendencias que sería deseable fuesen cogiendo fuerza.

En el ámbito agroalimentario y forestal, es urgente transitar a modelos agroecológicos, no dependientes de la combustión fósil, necesitarán más manos, su convivencia con los ecosistemas favorece la regeneración de los mismos, permitiendo el desarrollo de una economía circular. La restauración ecológica es una tarea importante. El aumento de las masas forestales, los bosques vivos, además de hacer de sumideros de CO2, ofrecen muy diversos servicios ecosistémicos.

La demanda energética de la actual actividad industrial pone en serias dudas la continuidad de la misma en un escenario de emisiones cero soportado por renovables, por lo que una reconversión al artesanado, organizado en modelos similares a las sociedades gremiales, podría ser un punto a tener en cuenta.

Las tareas de cuidados han de ser revisadas también, se calculan actualmente un 53% de horas de trabajo (no remuneradas) y recaen de manera muy desigual sobre la mujer. Un reparto de las mismas es esencial en un contexto socialmente justo. Estrechar los lazos comunitarios de apoyo mutuo puede permitir otra organización de los mismos, orbitando en ámbitos como la crianza, la dependencia o la salud.

En cuanto a la vivienda, en el estado español hay más de tres millones de viviendas vacías, pudiendo invertir esfuerzos en su redistribución y rehabilitación, garantizando el acceso universal a la misma. En el caso de necesitar nuevas construcciones, los criterios bioclimáticos, ofrecen alternativas perfectamente sustentables.

Respecto al transporte, la transformación ha de ser enorme, pues la movilidad en estos días es monumental. Tener un vehículo propio será (ya es) un lujo, el parque automovilístico se reducirá considerablemente. En las ciudades, la movilidad a pie, en bicicleta y transporte público (preferentemente tren) parecen las posibilidades. Los barrios han de hacerse multifuncionales y los principales flujos serían cortos, entre pueblos y ciudades. Las comunicaciones a media y larga distancia, electrificadas, se verán reducidas también así como la velocidad de las mismas.

Teniendo en cuenta lo anterior, todo apunta a la necesidad de una tendencia a la ruralización, a una dispersión demográfica que permita el desarrollo de estos y otros tantos proyectos en economías circulares y locales, para hacerse cargo tanto de las necesidades sociales como ambientales.

Asumiendo que ha quebrado la normalidad, y que a mi ver, no es muy deseable emitir esfuerzos en volver atrás, esta crisis que nada más está arrancando, supone una oportunidad para proyectarnos de otro modo y para ponernos en marcha. Se han dado unos apuntes de los caminos a transitar desde la perspectiva del decrecimiento. Es un desafío mayúsculo que supone un cambio radical en nuestras mentes, relaciones, expectativas… Desde luego no es fácil, por nuestras propias resistencias individuales, por los problemas organizativos a distintas escalas y porque en frente encontraremos mucha resistencia, ya que, en definitiva, la sociedad capitalista está estructurada piramidalmente y las capas superiores son activamente contrarias a ceder sus privilegios, es una guerra de clases, viejo término, pero que sigue patente. La estrategia es importante, y pudiendo haber distintas vías, debemos caminar hacia ganar cuotas de autonomía en organizaciones que satisfagan nuestras necesidades desde perspectivas de organización horizontal, desde la base, los feminismos y el ecologismo social.

Salud

Javier León Mediavilla